Pregunta.—Desde que llegó por primera vez a Tenerife han cambiado muchos las cosas en lo que se refiere al territorio y al medio ambiente. ¿Qué es lo que más le llama la atención?
Respuesta.—Aquí han cambiado las cosas como en España y como en todas partes. La isla de Tenerife está más densificada y existe un poco de sensación de agobio, pero también está más desarrollada y mejor.
P.—¿Y no le queda un poco de sensación de pena por el daño ambiental y territorial que ha provocado en algunos casos ese desarrollo?
R.—Desde luego me da pena la pérdida de una cultura territorial, porque el territorio es escaso, y más tratándose de unas islas de gran relieve donde no abunda el suelo. Es necesario que exista una mayor conciencia cultural que evite el uso indiscriminado del suelo. Por ejemplo, ahora cuando veo La Orotava no la reconozco, todo son casas. Todo tiene un límite, y estamos en una situación difícil que necesita de más autorregulación. Es cierto que es un fenómeno que se da en todas partes, pero en una zona continental parece que no se nota tanto porque hay una continuidad territorial. Pero aquí el mar es un límite claro, y eso hace que la situación produzca más angustia.
-¿Existe suficiente cultura territorial, ambiental y paisajística para evitar que esta situación se mantenga?
-Es una cuestión clave, y los profesores deben inculcarla desde los colegios. Hay que dar a la educación ambiental un relieve primordial, debe ser algo prioritario y no un simple accesorio, algo habitual y normal en las escuelas. Y también a través de otros instrumentos como los libros, la televisión y, desde luego, los medios de comunicación. Hay que transmitir una cultura territorial, ambiental y paisajística y hay que darle el valor que se merece, porque el paisaje no es sólo una tarjeta postal, es mucho más. Es donde un pueblo encuentra sus referencias y sus señas de identidad. En todo caso, aquí hay un cariño especial a la tierra y eso produce un cierto mimo en el trato al territorio. Pero todo eso hay que regularlo.
P.—¿Estamos a tiempo?
R.—Sí, y la prueba es que hay cosas que están mejor que cuando llegué a Canarias por primera vez. El bosque está mejor. Ha crecido la laurisilva y el pinar. En El Teide también ha aumentado la vegetación y La Laguna está muy cuidada. Pero cuando uno mira y compara también hay cosas que se han perdido y da nostalgia. Quizás el mundo rural antiguo, que era más sencillo que ahora con tanto trasiego. Se ha funcionalizado la vida y se ha perdido encanto.
P.—¿Cómo percibe el cambio climático una persona tan ligada a la naturaleza?
R.—En montañas y glaciares los datos son estremecedores. No hay que ver la desaparición de los glaciares del Pirineo. Ellos son los altavoces de un calentamiento, hacen que se vea claro, lo denuncian. El tema del cambio climático en este momento es un asunto que ya ha desbordado el mundo de la ciencia y es mediático y político, y ese campo está lleno de minas. Además, debemos ver su correlación con otras cosas terribles que pasan como la urbanización de las montañas que se está produciendo en la Península, donde se está trasladando el modelo del Mediterráneo a la montaña. Es terrible.
P.—Entonces, ¿cree malo que haya últimamente tanto lío político y mediático con lo del cambio climático?
R.—No es necesariamente político, porque el eco social de un científico es pequeño y necesita un cierto revulsivo social y cultural para que se mueva. Cuanto más se hable del tema puede conseguir que el hombre recapacite y que cambie su actitud con la naturaleza y evite seguir echando piedras sobre su propio tejado. La naturaleza no puede ser un cajón de residuos sin control.
P.—¿Y usted sí que percibe mayor conciencia social sobre todos estos aspectos?
R.—Se nota en la gente que tiene más conciencia. Otra cosa es que los responsables hagan algo.
P.—Usted es un gran defensor de la montaña. ¿Cómo hay que acercarse a ella?
R.—Lo importante no es acercarse a la montaña, sino la forma de hacerlo. Lo importante son los modelos de comportamiento. Si la llenas de artificios como carreteras, edificios o funiculares la desnaturalizas. Lo bueno es el acercamiento a cuerpo limpio, convivir con ella. Eso tiene un gran efecto revitalizador. Estar a la altura de la montaña y no poner a la montaña a tu altura.
P.—¿Y no es un problema que cada vez haya menos contacto directo con la naturaleza?
R.—Hoy en día la gente es cada vez más urbana y es un problema. Es como un amigo mío, que dice que lleva a sus hijos al campo para que sepan que las gallinas no funcionan a pilas. Es necesario fomentar el contacto con la naturaleza, y para eso es fundamental la educación. Para aprender a ser personas el contacto con la naturaleza es muy benéfico.
“Cuando vengo a Tenerife siempre me pongo en un asiente de ventanilla. Así, cuando estoy cerca puedo buscar la primera imagen de El Teide; siempre me emociona y si no lo veo me llevo una decepción. Luego, cuando voy a las Cañadas se produce una inversión y ya no soy yo quien busco a El Teide, sino que creo que es El Teide el que me ve a mí”. De esta forma tan poética resume Eduardo Martínez de Pisón su amor por el Parque Nacional. Su lugar preferido, además, es el cráter de Pico Viejo: “Es magnífico”, subraya alguien que ha visto muchas montañas alrededor de todo el mundo. Además de El Teide, asegura tener una especial fascinación por los montes de Anaga: “Su bosque es extraordinario”, dice. Cuando habla del futuro, Martínez de Pisón tiene dos cosas claras que espera encontrar siempre en Canarias: “Espero que nunca desaparezca la belleza de El Teide y que no se pierda el temple canario”.
fuente: La Gaceta de Canarias
imagen: portaldelmedioambiente.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario