viernes, 6 de mayo de 2016

Los terremotos destructivos y las grandes fallas de la corteza terrestre.

El terremoto destructivo que afectó el pasado día 16 de abril a Ecuador ha conmovido a la opinión pública, como ocurre cada vez que se produce uno de estos eventos, y ha puesto en evidencia la necesidad de prevenir este tipo de catástrofe natural y de estar preparados para paliar los daños y proteger a la población. Actualmente no es posible predecir, con suficiente grado de certeza cuándo se va a producir un terremoto. Por ello, para controlar el riesgo sísmico se trabaja en abordar la prevención, caracterizando los terremotos esperables en una zona en términos de localización, máximas magnitudes y periodos de recurrencia. Para lograr esos datos es necesario no sólo disponer de los registros instrumentales de los terremotos sino también el conocimiento científico de los factores geológicos de las fuentes de los terremotos.Ecuador es un país sometido a una alta sismicidad porque se encuentra localizado al lado de la zona de contacto entre dos placas de la litosfera, la placa de Sudamérica y una de las placas del Pacífico, la Placa de Nazca. Ambas convergen en esta zona a una tasa de unos 61 milímetros al año, de forma que la segunda se introduce hacia el interior por debajo de la placa de Sudamérica en un fenómeno denominado subducción. El foco de este terremoto se ha situado a 19,2 kilómetros de profundidad, en la superficie de contacto entre ambas placas, que es un plano inclinado unos 16 grados hacia al Este. Se trata por lo tanto de un terremoto interplaca de subducción en el que ha roto un área que alcanza unos 160 kilómetros de longitud.Las zonas de subducción similares a la de Ecuador han producido muchos de los mayores terremotos registrados, como el de Valdivia (Chile), de 1960 y magnitud 9.5; el de Tohoku (Japón), de 2011 y magnitud 9.0, y el de Sumatra, de 2004 y magnitud 9.1. La magnitud del terremoto de Tohoku, que provocó la crisis de la central nuclear de Fukushima, fue mucho mayor que la de terremoto de Ecuador, porque rompió un área de 400 x 200 kilómetros.Pero gran parte de los terremotos superficiales, con el foco a menos de 60 kilómetros de profundidad, se generan por deslizamientos bruscos a lo largo de fallas que rompen la relativamente fría corteza terrestre. El modelo de movimiento en fallas y la generación de terremotos fue desarrollado para explicar el terremoto de San Francisco de 1906. Aquel terremoto, de magnitud 7.9, se produjo al romper a lo largo de más de 432 kilómetros la falla activa de San Andrés, que separa las placas Pacífica y de Norteamérica. La rotura en grandes fallas activas ha producido en las últimas décadas importantes terremotos destructivos: el de Izmit (Turquía), de 1999 y de magnitud 7.4, se produjo por un deslizamiento en la falla de Anatolia; el de Katmandú (Nepal), en 2015, fue debido a una falla situada en la base del Himalaya. Más próximo a nosotros el terremoto de Lorca de 2011, de magnitud 5.1, se produjo en la falla de Alhama de Murcia, causando sorprendentemente importantes daños.Una serie de nuevas especialidades de la geología, como la tectónica activa y la paleosismología, están cambiando nuestra percepción de las relaciones entre fallas y terremotos. Las fallas activas se investigan mediante la excavación de zanjas en las que se observa cómo estas estructuras rompen suelos y sedimentos, se detectan sismos prehistóricos y se calcula su cinemática, los periodos de recurrencia de paleosismos y su magnitud. Nuevas metodologías, como la interferometría de radar, las medidas de las deformaciones del suelo mediante observaciones con GPS, la geomorfología tectónica y la arqueosismología, dan datos muy precisos y valiosos.En nuestro país hay registro de grandes terremotos históricos destructivos y la inmensa mayoría son debidos a fallas activas, salvo alguno de foco profundo. Dada la importancia del cálculo de la peligrosidad sísmica de las fallas activas en la Península Ibérica, han progresado en los últimos quince años los estudios de tectónica activa y de paleosismología, y en varias universidades e instituciones existen grupos de investigación especializados que han aportado, en varios congresos con el título Iberfault, sus conclusiones sobre la paleosismicidad y las fallas activas de la península. Un resultado de estos trabajos ha sido la creación y gestión de una base pública de datos de las fallas ya estudiadas, denominada Base de datos de fallas activas cuaternarias de Iberia (QAFI), que ha sido promovida y que gestiona el Instituto Geológico y Minero de España. Todos estos nuevos conocimientos científicos se están aplicando ya en los estudios de riesgo sísmico en varias comunidades autónomas y en el nuevo Mapa de peligrosidad sísmica realizado en 2012 por el Instituto Geográfico Nacional.

Fuente: Ramón Capote (Catedrático Universidad Complutense de Madrid) - ElMundo.es