viernes, 22 de julio de 2011

Nació un nuevo país: Sudán del Sur.

Desde 1955, el norte y el sur de Sudán han peleado por diferencias religiosas, étnicas, ideológicas y por el petróleo. A partir del pasado 9 de julio, Sudán del Sur es un nuevo país independiente.

AUTOR: Por Matthew Teague / F: George Steinmetz

(El siguiente es un fragmento del artículo original)

(...)
El origen de las tensiones en Sudán es tan geográfico, tan agreste, que se podría ver incluso desde la superficie de la Luna. El ancho marfil del Sahara en el norte de África, pegado a la sabana verde y las selvas del centro del continente, cada vez más estrecho. Un gran colmillo manchado de pasto. Por lo general, las poblaciones están a un lado u otro de esa brecha vegetal. Qué lado, norte o sur, define en gran parte la cultura -la religión, la música, la vestimenta, la lengua- de la gente. Sudán se extiende a ambos lados, abarcando el desierto árido en el norte y las praderas y bosques de lluvia tropical en el sur, y las culturas enajenadas a cada lado.

En Sudán, los árabes y los africanos negros se han enfrentado desde hace tiempo. Los conquistadores islámicos del siglo VII descubrieron que muchos habitantes de la tierra que entonces llamaban Nubia ya eran cristianos. Los nubios lucharon contra ellos hasta alcanzar un punto muerto que duró más de un milenio, hasta que el gobernador otomano en El Cairo los invadió, explotando la tierra al sur de Egipto como una reserva de marfil y humanos. En 1820 esclavizó a 30,000 personas conocidas como "sudán", que significaba simplemente "negros".

A la larga, la repulsión que mostraba el mundo hacia la esclavitud sacó a los comerciantes de esclavos del negocio. Los otomanos se retiraron a principios de los años ochenta del siglo xix y, en 1899, después de un breve periodo de independencia para Sudán, los británicos tomaron el control y gobernaron sus dos mitades como regiones distintas. No pudieron guarnecer todo Sudán -es un país enorme, 10 veces el tamaño del Reino Unido-, así que gobernaron desde Jartum y otorgaron poderes limitados a los líderes tribales en las provincias. Mientras tanto, fomentaron el islam y el árabe en el Norte, y el cristianismo y el inglés en el Sur. Invirtieron esfuerzos y recursos en el Norte y dejaron al Sur languidecer. Y surge la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué se creó un solo Sudán?

Una razón, de nuevo, es geográfica. Conforme el Nilo fluye hacia Egipto, une las culturas dispares a lo largo de sus riberas en una relación irregular, a veces odiosa. Define el comercio, el medio ambiente, incluso la política, vinculando los asuntos del Norte con los del Sur. Cuando los británicos gobernaban, necesitaban controlar el Canal de Suez en la boca del Nilo, porque unía a Gran Bretaña con la "joya de la corona", India. Eso significaba que había que controlar el Nilo.
No es de sorprender que cuando los británicos se retiraron, a mediados de los cincuenta del siglo XX, el lugar cayó en una guerra civil. Los rebeldes del Sur combatieron ferozmente al gobierno del Norte durante los sesenta, y medio millón de personas murió antes de que las dos partes alcanzaran un acuerdo en 1972. Sin embargo, el pacto sólo le dio a cada lado una oportunidad de rearmarse para lo que sería una guerra mucho más sangrienta.

Durante la tregua entre las dos guerras civiles, el gobierno en Jartum se unió a Egipto para embarcarse en un impresionante proyecto en el Sur. Donde el Nilo se extiende a través del sur de Sudán -esa gran planicie- forma el Sudd, uno de los humedales más grandes de África. Las inundaciones anuales del río rejuvenecen las tierras de pastoreo donde las tribus del Sur han mantenido por mucho tiempo su ganado. Los socios decidieron construir un canal de 360 kilómetros para desviar el río pasando el Sudd, en dirección al norte, para abastecer de agua al sediento Egipto. Trajeron una máquina excavadora de ocho pisos y los hombres de la tribu se quedaron de pie mirando cómo destrozaban sus pastos.

A comienzos de la guerra civil de 1983 se formó un grupo rebelde llamado Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS) y en uno de sus primeros y llamativos actos atacó las oficinas centrales de la constructora del canal Jonglei, interrumpiendo el proyecto.

Siguieron años de derramamiento de sangre, que terminaron en 2005 después de que las extraordinarias maniobras diplomáticas a puerta cerrada trajeran consigo el Acuerdo de Paz Integral de Sudán. Este pacto le dio al sur de Sudán una medida de autonomía: su propia constitución (basada en la separación de la religión y el Estado), un ejército y una moneda. Ahora Sudán se tambalea entre la posibilidad de una paz duradera y la amenaza de la violencia reciente. En 2011, según el pacto, la gente del sur de Sudán votará para ver si se separa del norte y forma un país completamente independiente.

Ambos lados sonríen y asienten frente al pacto, temerosos de que romperlo incite la intervención extranjera. Al mismo tiempo, continúan una guerra subterránea de acusaciones y antagonismo. Las profundidades de esa duplicidad -y las oscuras posibilidades de paz- se me hicieron evidentes a la mitad de mi estancia en Sudán, cuando media docena de hombres en traje me abordaron en el aeropuerto de Juba, la capital del Sur. Me metieron a la fuerza en un camión lleno de soldados pertrechados con rifles de asalto y me llevaron a un complejo habitacional de la ciudad. Ahí me quitaron el teléfono y la cámara, me negaron agua o el acceso al baño durante un día y una noche de interrogatorios. Se rehusaron a llamar al consulado de Estados Unidos. Eran agentes de inteligencia sudaneses.

El arresto me desconcertó, no sólo porque no levantaron ningún cargo en mi contra sino también porque su comportamiento iba contra la calidez y la buena voluntad que los sudaneses del sur suelen mostrar a los occidentales. Esa noche, cuando me liberaron, un oficial de seguridad de nombre Gas me explicó: la agencia de inteligencia pensó que era un espía. Más tarde me enteré que un chofer que había tratado de extorsionarme me había señalado como tal, pero el incidente subraya lo profundo de las sospechas entre Norte y Sur.

De manera que surge otra pregunta: ¿en medio de semejante animosidad, por qué el Norte no ha dejado simplemente que el Sur se separe? Y una vez más la respuesta es la geografía, que ahora los une de una manera nueva: el petróleo. Mucho del petróleo está en el Sur, pero el Norte, donde se encuentran todas las refinerías, controla la distribución de las ganancias.

(...)
Las fuerzas del Norte poseían equipo y armas muy superiores. Utilizaban aviones para bombardear los tanques de combustible y a las tropas del Sur, de manera que el ELPS peleaba una guerra de guerrillas en el monte. Cada vez que la unidad de Logocho se trasladaba a un nuevo territorio, cada uno de los soldados cavaba una zanja poco profunda del tamaño de un hombre. Cuando escuchaban el rugido de los bombarderos sobre sus cabezas, se metían en las zanjas, esperando lo mejor. Más de una vez, Logocho se acostó boca abajo, aspirando el olor de la tierra removida, mientras sus amigos morían a su alrededor.

Un amigo cristiano le había mostrado una Biblia y una de sus historias ahora cobraba sentido. "Ay -había dicho Isaías sobre el sitio que hoy se llama Sudán-. Ay de la tierra ensombrecida por el zumbido de las alas que está más allá de los ríos de Etiopía".
los bombarderos sobrevolaban como langostas. Roger Winter sabía que había cruzado una línea. Pero el liderazgo del sur de Sudán encontró un guía e inspiración en Winter.

En 1994, los líderes del brazo político del ELPS, el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán (MLPS), tuvieron su primera convención nacional bajo las copas de la selva cerca de la frontera con Uganda. Jartum sabía de la reunión y había enviado aviones a bombardearla.

Hacía mucho tiempo que los líderes del Sur habían abandonado los poblados y las carreteras -blancos fáciles para las bombas- y se habían adentrado en la selva. Hombres como Garang y su segundo al mando, Salva Kiir, habían crecido en campamentos rurales de ganaderos y se sentían cómodos refugiados en el campo. Más de 500 personas de todo Sudán se abrieron paso hasta el sitio de la reunión y los soldados del ELPS se movían entre el pasto alto de los alrededores, peinando los pisoteados senderos para que los bombarderos no pudieran verlos. Los organizadores de la reunión habían tallado escalones en la ladera de la colina, donde la gente se sentó en un anfiteatro camuflado naturalmente y escuchó a Winter hablar sobre democracia.

Después de esa primera y accidentada convención política, el ELPS formó su propio gobierno, con Garang como presidente.

En enero me senté con Salva Kiir, quien se convirtió en presidente de Sudán del Sur tras la muerte de Garang en 2005, en un choque de helicóptero. Se veía intranquilo en la oficina presidencial, rodeado del oropel del poder político centroafricano. Llevaba un sombrero vaquero negro, obsequio del presidente George W. Bush, y estaba desparramado torpemente sobre un sillón vistoso que parecía apretarle. Su cargo político también lo oprimía, en sentido figurado. Jamás se hubiera esperado que le impusieran la presidencia, dijo, y en su visión de un Sudán del Sur se ve a sí mismo pasándosela a alguien más. "Una transferencia de poderes pacífica -dijo-, esa es la base de una democracia". Pareció cobrar vida cuando le pregunté sobre su infancia entre las vacas, durmiendo a su lado, amamantándose de ellas. "Delicioso", respondió sonriendo. ¿Aún tiene vacas? "Un hombre nunca dice cuántos hijos o vacas tiene -dijo-. A veces dices una. Pueden ser 10 o 100 o 1000". ¿Entonces cuántas tiene? Se rio. "Una".

En los años que siguieron a la reunión en la selva, Winter continuó obsesionado con el sur de Sudán, esforzándose por que Sudán y Estados Unidos se entendieran. En Sudán del Sur la gente sabía poco sobre la política de Occidente; a menudo lo llamaban senador Roger cuando se aparecía en la selva. Los estadounidenses sabían aún menos acerca de Sudán. Para 2001, Winter había aceptado un puesto en la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos y la guerra en el sur de Sudán lo consumía.
La mañana del 11 de septiembre se encontraba en una junta en Washington, donde se discutía un posible cese al fuego en los montes Nuba. Las noticias de los ataques terroristas de ese día llegaron a media reunión, junto con órdenes de evacuar las oficinas federales. Winter recuerda haber pensado que no iría a ninguna parte. Estamos tan cerca. Había planeado conducir hasta la embajada sudanesa, pero el tráfico estaba paralizado y era imposible, así que se pasó el día negociando por teléfono.
Durante los primeros años de la guerra civil, los únicos estadounidenses que prestaban atención especial a los problemas del sur de Sudán eran algunos miembros de las iglesias cristianas. Veían la guerra como un asunto religioso entre agresores islámicos y víctimas no musulmanas. El 11 de septiembre fortaleció esa idea. Los líderes de la iglesia y sus congregaciones presionaron a los responsables de fijar las políticas en Washington para que hicieran algo en el sur de Sudán.

Winter sabía que la guerra civil sudanesa no era simplemente una batalla entre el islam y el cristianismo: en muchas partes, Sudán del Sur es un mosaico de tribus animistas que no saben nada del cristianismo. Sabía que la lealtad étnica significa más que la religión. Conocía la economía involucrada, sabía que el Norte había reprimido el desarrollo en el Sur. Quería que más estadounidenses, especialmente los de Washington, pensaran en Sudán, y reclutó la ayuda de periodistas y legisladores.

Allí donde árabes y africanos negros habían peleado históricamente por las tierras de pastoreo, ahora luchaban por el petróleo, que ascendía incluso hasta 3000 millones de barriles, en su mayoría en una línea fronteriza en disputa entre el Norte y el Sur donde las tribus y los clanes han estado en conflicto durante mucho tiempo.

El conflicto era complicado, pero Winter nunca dio por descontado el poder de la religión como una fuerza para el bien. Lo había visto por sí mismo en 2002.

En un poblado sudanés del sur llamado Itti, cerca de la frontera con Etiopía, Winter había encontrado una iglesia presbiteriana donde más de 300 personas se reunían bajo el techo de hierba cada domingo. Un domingo, el joven pastor, un hombre llamado Simon, a quien Winter había conocido antes brevemente, se paró al frente y habló acerca de la "paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento", citando al apóstol Pablo. La paz incluso con los árabes.

Después del oficio se acercó al grupo de viejos de la iglesia y les preguntó qué podía hacer para ayudar a la congregación. Ellos se consultaron entre sí mientras Winter y Simon discutían las posibilidades.
Nuestro pastor, Simon, es un hombre listo, dijeron. Pero nunca ha tenido una educación apropiada como pastor. ¿Podrías ayudarlo?

Winter estaba atónito. Esta gente apenas tenía suficiente para comer, ¿y escogían educación? Durante los siguientes años pagó personalmente la asistencia de Simon a la escuela de teología en Kampala, Uganda, aceptando la palabra del joven de que regresaría a la desolación relativa de la pequeña Itti.
(...)
Los años que Winter invirtió en riñas diplomáticas culminaron con un pacto en 2005 firmado por el Norte y el Sur. El caos y la carnicería de la historia de Sudán hacen imposible predecir si el tratado se mantendrá durante las votaciones de 2011 para la independencia. Pero Winter ?junto con sus colegas estadounidenses y los negociadores de Kenia, Reino Unido, Noruega y otras partes? negoció algo en Sudán que alguna vez pareció imposible: la paz. Una paz que se ha mantenido por cinco años.
(...)

Fuente: National Geographic

No hay comentarios:

Publicar un comentario