Cuando tuve mi primera suplencia, mi primer trabajo como docente,
mi materia estaba conformada por cuatro horas áulicas de las cuales una de
ellas coincidía con el primer medio módulo de manera que el restante
correspondía a otro profesor.
El timbre sonó indicando la finalización de mi hora y sin ningún
minuto de retraso el otro profesor aguardaba afuera del aula. Así fue que
mientras me despedía de los alumnos hasta la próxima clase entablé una
conversación formal con el docente recién llegado a manera de presentación
cordial mutua.
Mi horario terminó y me marché. Pero como lo que uno hace durante
el día casi siempre aparece como remolino por la cabeza durante las noches de
insomnio, es que haciendo alarde de mi condición de profesor de Geografía, que
estrenaba con el pecho inflado de orgullo, recordé aquellos conceptos que mi
docentes de la carrera se encargaron de grabar a fuego en la médula de los
entonces alumnos del profesorado de Geografía que sería de ahora en más nuestro
norte. Es que tenemos bien en claro que la nuestra es una ciencia de relaciones
donde elementos del medio físico y humano conforman el sistema holístico
llamado Geografía.
Y así es que se los transmito a mis alumnos, quizá para
engancharlos en el tema bajándolos de esa nube de la adolescencia o quizá para
hacer didáctica mi clase pero lo cierto es que hago proselitismo geográfico
diciendo que todo es Geografía. Y les pongo ejemplos de la vida cotidiana para
que los alumnos relacionen y asocien conceptos.
Pues resulta que me he tomado en serio eso que todo es Geografía y
volviendo a las noches sin dormir como la que estoy escribiendo estas líneas,
pensé en aquella presentación amena con el profesor de la hora siguiente.
Nuestras materias eran para los alumnos dos temas distintos a escuchar, otros
cuadernos a escribir o dos viejos a escuchar hablar sonseras (porque para los
alumnos no hay tema agradable).
Mi clase terminaba y empezaba la del otro docente, y ese cambio,
ese pasaje de lo anterior a lo actual, de lo pasado a lo presente, lo traduje
en lenguaje geográfico y afirmé muy convencido que nuestras materias eran
limítrofes. Es que sí, esa línea que divide territorios y que llamamos límite
me servía de analogía para convencerme aún más que todo es geografía. Y porqué
no decir también que cada medio módulo era un hemisferio, en fin.
Contento con mi audacia nocturna, no lo dejé todo ahí. Porque así
como yo soy un enamorado de mi materia pensé que los docentes de las demás
materias también deberían serlo de las suyas.
Así la misma situación, si el docente que llegaba a hacerse cargo
de la clase fuese de Matemática para él nuestras materias serían adyacentes. Y
si fuera de Lengua serían sílabas y el
módulo una palabra. O el de Historia diría que son una línea del tiempo, o lo
relacionaría con una asunción presidencial. Para el de Biología las materias en
cuestión conformarían una simbiosis y para el de Química el módulo sería una
molécula. El de Psicología afirmaría que el módulo es esquizofrénico y el de
Idioma una clara traducción. Un docente de Música diría variación y el de Arte
notaría un cambio cromático. Para el de Educación Física no sería otra cosa que
un salto. No me quedan dudas que el de Física diría que es acción y reacción y
es posible que el de Filosofía se haga el desentendido diciendo que solo sabe
que no sabe nada.
Y es así, para ser docente hay que ponerle pasión en lo que se
hace, hay que zambullirse en las máximas profundidades de la materia para dar
lo mejor de sí y lograr empapar también a los alumnos en ese maravilloso mar
que es enseñar a ser.
Mis dotes de poeta improvisado, o quizá frustrado poeta del pasado
devenido en geógrafo, afortunado geógrafo y profesor, me permitirían suponer
cientos de epílogos para ponerle un broche a este escrito que para algunos será
interesante, chistoso o tonto; pero vuelvo a la realidad que debo madrugar y
entonces trataré vencer el insomnio para al menos soñar con mis clases.
Juan
Pablo García Ruiz
Profesor
de Geografía
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