Los autores, liderados por Miguel Araújo, han analizado la eficacia de las políticas de conservación en el 75% de los vertebrados terrestres y el 10% de las plantas del continente. De su análisis también se desprende que estos cambios afectan a más de la mitad de las especies que se incluyen dentro de la red de conservación europea 'Nature 2000', hasta a un 63% de ellas.
Las áreas montañosas, los valles encerrados y las líneas de agua desempeñan un papel fundamental en la adaptación de la biodiversidad al cambio climático. Al proporcionar gradientes de temperatura y humedad acentuados, señala el estudio, facilitan la adaptación de las especies mediante movimientos de corta distancia que son más factibles y menos arriesgados que las migraciones continentales.
La red Natura 2000 abarca 27.661 zonas, lo que se traduce en un total de 117 millones de hectáreas que constituyen el 17% de la superficie de los 27 países que integran la Unión Europea. El objetivo de la red es asegurar la supervivencia de la biodiversidad a largo plazo. Además, cada país designa sus propias áreas protegidas. Todo ello convierte a Europa en la región con la mayor red de conservación del mundo.
Modelos climáticos
Los investigadores han empleado varios modelos climáticos para estudiar la potencial distribución de 1.883 especies, 585 vertebrados terrestres y 1.298 plantas de Europa.
Según explica Miguel Araujo, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, "hemos observado que las áreas protegidas conservan mejor las especies frente a los efectos del cambio climático, pero la red Natura 2000 es más vulnerable y podría perder más especies".
Las zonas de conservación designadas por cada país son más eficaces porque suelen situarse en zonas montañosas, que actúan como 'refugios climáticos'. En la red Natura 2000, las especies son más vulnerables porque viven en llanuras, donde los efectos causados por el clima se intensifican. La investigación confirma que los mayores impactos los sufrirá el sur de Europa, mientras que las zonas altas de montañas europeas se verán menos afectadas.
Las conclusiones apuntan a la necesidad de designar nuevas áreas de protección tras un proceso de revisión y reclasificación de las ya existentes. Además, los autores sugieren mejorar los sistemas de gestión del paisaje para facilitar el desplazamiento de las especies entre las áreas de conservación.
"Hasta ahora se ha pensado que el éxito en las estrategias de conservación implicaba aislar las áreas protegidas de posibles amenazas. No obstante, para que sean efectivas, deben mitigar los impactos del cambio climático, además de conseguir una gestión sostenible de los hábitats y ecosistemas", destaca Araujo.
Fuente: ElMundo.es
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