La lluvia es vapor de agua que condensa en la atmósfera y cae al suelo a lo largo de un espacio considerable. El vapor condensado en superficie es lo que llamamos niebla.
En la atmósfera hay siempre vapor de agua, pero este no condensa hasta que el aire se satura. La saturación depende de la temperatura. A 100ºC se necesitan casi 0.6 gramos por litro de aire para la condensación, mientras que a 0ºC basta con casi nada, menos de una centésima de gramo para esa condensación. Por eso, en una mañana fría de invierno en un cuarto de baño con la calefacción sin poner, los espejos se llenan de gotitas de agua, mientras que esto no ocurre en verano, o con los radiadores encendidos en invierno.
En verano, cuando el aire está mucho más lleno de vapor de agua que en invierno, pues lo emiten el suelo caliente, los ríos, embalses y sobre todo las plantas, no llueve, pues el aire esta tan caliente que se necesitan más décimas de gramo por litro de lo que hay en la atmósfera. Solo cuando se produce una invasión de aire polar arrastrado por el ''chorro'' atmosférico el aire frío produce la condensación brusca y genera lluvias torrenciales.
De hecho, en verano, la máxima cantidad de vapor de agua en la atmósfera se sitúa sobre el Sahara, donde no llueve.
Llega el otoño, y empieza la secuencia de meandros del chorro polar que inyecta aire frío a la atmósfera encima de España, Con el vapor de agua existente en la atmósfera y el aire frío, condensa el agua y empieza a llover. Este mecanismo dura mientras hay agua en el suelo y ésta se evapora por el calor que aún retiene el mismo y la transpiración de los árboles que aún no han perdido las hojas.
El agua precipitada va enfriando el suelo, que evapora cada vez menos agua, y los árboles, con el frío, van perdiendo las hojas, con lo que transpiran cada vez menos.
A lo largo del otoño, y luego en el invierno, hay ya poco vapor de agua sobre la Península (al menos en su interior). Pero el Atlántico conserva el calor del verano, y evapora agua de manera constante. Cuando el chorro polar ha descendido hacia el sur en su oscilación anual, sus meandros implican arrastre de aire, ahora no polar, sino subtropical, del sudoeste hacia el noreste, con vapor de agua que entra en una península sobre la que el aire está frío: Al ascender el aire húmedo y caliente del Atlántico sobre una Península fría condensa y llueve.
Las lluvias, en la Península Ibérica (al menos al sur de la Cordillera Cantábrica) son una consecuencia del movimiento del chorro polar.
Éste, como ya saben los lectores habituales del blog, es una corriente poderosa de aire que circula en la parte alta de la atmósfera, generada por la diferencia de temperaturas entre el ecuador y el Polo Norte y por la aceleración de Coriolis, ésta última consecuencia del giro del planeta de Oeste a Este.
El chorro es un río de aire que circula entre el aire mas en calma como los ríos lo hacen entre los suelos de las montañas y llanuras.
Cuando la pendiente de las montañas es fuerte, la corriente es intensa y los ríos se mueven casi en línea recta. Cuando llega a las llanuras, la corriente se debilita y los ríos hacen meandros tanto mayores cuanto menor es la pendiente que recorren.
El chorro polar era intenso en invierno y verano hace décadas, pero ahora se ha debilitado, al calentarse el Polo norte y disminuir la diferencia de temperaturas entre el Polo y el Ecuador.
Los meandros actuales son intensos, y la posición media del chorro se ha desplazado hacia el norte. Eso implica que los veranos en nuestras latitudes (Portugal, España, sur de Italia, Grecia, ..., ) son cada vez más secos, es decir, que las temporadas sin lluvias se alargan poco a poco con el paso de los años, mientras que aumentan la invasiones repentinas de aire frío en altura en verano, que causan tormentas intensas y tornados.
Los meandros del chorro polar circulan alrededor del planeta girando de Oeste a Este, con escalas de tiempo de entre 7 y 10 días. Mientras, en invierno, llueve cuando el meandro del chorro arrastra aire húmedo desde el Atlántico central en dirección noreste, entrando por el valle del Guadalquivir y propagándose hacia el centro de la Península, acumulándose la lluvia en las laderas de los montes españoles que dan al oeste y dejando casi en seco el sotavento de esas cordilleras.
En la figura vemos las zonas de lluvia (manchas de color morado/rojo) que se mueven desde Cadiz y Huelva por el valle del Guadalquivir hacia la Serranía de Cuenca y hacia la Sierra del Segura, y cómo no hay lluvia a sotavento de estas sierras.
Hemos detectado que los meandros del chorro han disminuido en número entre Octubre y Abril, de forma que las lluvias de Noviembre son ahora más escasas y las de Abril se están desplazando hacia Marzo.
Eso quiere decir menos meses húmedos y más meses secos, en España.
Aunque esta semana se ha premiado a la Convención Marco de Naciones Unidas contra el Cambio Climático, y al Acuerdo de París, con uno de los premios Princesa de Asturias, y aunque ese acuerdo debe entrar en vigor el próximo 4 de Noviembre, no se detecta el más mínimo esfuerzo, ni en España, ni en el mundo, para limitar las emisiones de gases contaminantes hacia la atmósfera de nuestro planeta.
La racionalidad de tratar de frenar el cambio climático choca con la irracionalidad subyacente en el cerebro.
Sabemos por qué llueve, y sabemos que poco a poco España se va a ir secando. Hemos visto que son los gramos de vapor de agua en cada litro de aire lo que genera la lluvia. Algunos de esos gramos los proporcionan los árboles.
En las montañas costeras del Mediterráneo se han deforestado sistemáticamente sus laderas: Por intereses comerciales, por desidia. Se han permitido los incendios forestales al no mantener totalmente limpio el sotobosque. Como ha explicado siempre el buen meteorólogo Millán Millán, las masas de aire con vapor de agua que entran desde el Mediterráneo ascienden por las laderas de las cadenas costeras, y precisan unas centésimas de gramo de vapor añadido a cada litro de aire mediante la evapotranspiración de los árboles para saturar en los ambientes cálidos y templados de las costas: Sin árboles no las reciben y vuelven al mar sin descargar lluvia.
Los bosques generan lluvia y los desiertos se auto-mantienen secos y extienden su sequía.
Los lectores de este blog saben que la naturaleza es no lineal, con retroalimentaciones positivas. Si destruimos los bosques aumentamos la falta de lluvia que hace aún más difícil que los pocos que vayan quedando sobrevivan.
Los desiertos, crecientes en extensión, almeriense y murciano, son consecuencia de la deforestación masiva de esas regiones españolas.
Ante lo que le estamos haciendo al planeta debemos, por nuestro propio bien, no ya por el de nuestros hijos, cambiar muchas de nuestras pautas de vida. Las consecuencias de seguir haciendo lo que hacemos están claras como la luz del día: En economía (crisis estructural indefinida), en sociología (envejecimiento sin paliativos), en el hogar en el que vivimos (un cambio climático que no se frena).
Necesitamos cambiar como lo necesitaba la sociedad francesa en 1879. Podemos cambiar de manera suave.
O mediante cataclismos.
Nosotros decidimos.
¡Delenda est pollutio!
Fuente: ElMundo.es
El por qué de las cosas
Antonio Ruiz de Elvira
Catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares. Su investigación se centra en la Física del Clima y de la Atmósfera de la Tierra. Es autor de "Quemando el futuro: clima y cambio climático" (ed. Nivola).