Un niño con mascarilla monta en bici en medio de una espesa neblina en Nueva Delhi/EFE |
Es una consecuencia de alcanzar una cierta riqueza y una forma muy mal entendida de considerase algo rico. Si se consigue suficiente dinero como para comprar un coche se quiere utilizarlo y se rechaza cualquier limitación a su uso. Esto ocurre en Madrid, en Delhi y en Shanghai y Beijing. El coche es un símbolo de prestigio y camiones y camionetas, herramientas de trabajo. Lo que emita el coche, es indiferente para la mayoría de la población.
En lugares fríos es necesaria la calefacción, sobre todo si los edificios están mal diseñados y peor construidos.
Transporte y calefacción se consiguen, hoy, quemando compuestos de carbono, o carbono contaminado con compuestos no combustibles.
Los motores diésel utilizan un producto del destilado del petróleo que contiene partículas sólidas que no se queman y que salen a la atmósfera con los gases de la combustión. Y la combustión a alta temperatura, sea el que sea el combustible, combina el nitrógeno del aire con el oxígeno formando óxidos de nitrógeno.
El resultado de utilizar la combustión de carbono para obtener energía es, indefectiblemente, la emisión al aire de micro-partículas y gases nocivos.
Si a esto añadimos una consecuencia de esa quema, que es el cambio climático y una de sus consecuencias, el aumento de los días sin lluvia en muchas zonas del planeta, tenemos una combinación ''mortal'' (en sus dos sentidos, figurativo y literal).
En Madrid y otras ciudades españolas no se usa ya en carbón para la calefacción, pero aún se utiliza el gasóleo. Se emiten toneladas de micro y nano-partículas que se mantienen días y semanas en la atmósfera y van penetrando los pulmones de las personas de donde ya no vuelven a salir, cegando los bronquiolos y dificultando cada vez más su respiración, la absorción de oxígeno necesaria para la vida. En las ciudades chinas si se utiliza el carbón para la calefacción. El carbón, además de emitir micro-partículas, emite óxidos de azufre, precursores del ácido sulfúrico.
El problema, como tantos de la economía y la sociología, es no lineal, contiene realimentación positiva. En ciudades contaminadas como Madrid, ¿cómo se va a utilizar la bicicleta que exige aumentar la frecuencia respiratoria, inhalando aún mas porquería que si las personas se desplazan en coche?
Las soluciones propuestas por unas autoridades casi siempre ignorantes y con visiones del mundo bastante antiguas pasan generalmente por fastidiar al usuario y emplear la coacción. Se insiste en el uso del transporte colectivo, y en las prohibiciones de circulación e incluso de la calefacción en ciertas condiciones.
Y sin embargo... , sin embargo hay soluciones a la contaminación química, como a la que genera el cambio climático, y estas soluciones respetan la voluntad de las personas y aumentan su comodidad.
Las personas se quieren mover, y quieren hacerlo libremente, sin coacciones. Las personas tienen derecho a vivir en casas razonablemente calientes en invierno, razonablemente frescas en verano.
Un coche particular tiene la inmensa ventaja de que está razonablemente cerca de donde uno vive cuando se coge para moverse, de donde uno trabaja. Y es un coche propio que cada persona puede arreglar y disponer a voluntad. Los transportes colectivos exigen desplazamientos desagradables y viajes apelmazados de maneras compulsivas.
Hoy ya se puede proporcionar a los ciudadanos triciclos (los triciclos son esencialmente estables al revés que las bicicletas. Los pueden utilizar las personas mayores y todas aquellas que no hayan montado nunca en una bici, sin problemas). Puesto que los triciclos son muy ligeros, su consumo eléctrico es muy reducido, de forma que pueden recargarse con suma facilidad mientras no están moviéndose. Las calles de las ciudades pueden llenarse, literalmente, de triciclos eléctricos, que esperan a los clientes no solo en las ''almendras'' centrales de las ciudades, sino en todas las zonas de las mismas incluyendo las zonas residenciales que las rodean. Los triciclos pueden ser de muy diversos tipos: monopersonales, para muchas personas y cargas muy diversas. Si su oferta es atractiva, es decir, un servicio cómodo, agradable y más barato que el coche particular, las personas lo elegirán sin compulsiones.
Para desplazamiento fuera de las ciudades se puede conseguir lo mismo con transportes colectivos tan cómodos, rápidos y baratos que se prefieran frente al vehículo particular.
La clave está en algo tan de primer curso de los estudios de económicas que parece mentira que sea tan difícil de comprender. Se trata de que la oferta de transporte no contaminante sea competitiva para las personas: Cómoda, rápida, barata y sin compulsiones totalitarias.
Exactamente lo mismo se puede conseguir respecto a las calefacciones de los edificios. En primer lugar, se puede reducir substancialmente la necesidad de calefacción aislando adecuadamente los edificios, y esto tanto en los nuevos como en los antiguos. Es éstos se pueden poner paneles de pladur con fibras de vidrio o lana de roca en las paredes exteriores. Se reduce unos centímetros cúbicos el volumen de las habitaciones. Las ventanas se pueden sustituir todas por acristalamientos dobles. Hacer ésto reduce a un cuarto la energía necesaria para calefacción e incluso para refrigeración, y es barato y rápido y no exige ''obra'', o con una ''obra'' mínima.
Lo que tras el acondicionamiento térmico se necesita aún, se debe suministrar mediante calefacción eléctrica y refrigeración solar.
Transporte y necesidades térmicas pueden conseguirse de manera totalmente limpia con electricidad. Y ésta, mediante técnicas solares: Fotovoltaica, solar térmica y eólica.
La excusa de los malos administradores sociales es que hacer todo eso ''cuesta mucho''.
¿Qué es el ''coste''?
Es preciso estimar los intercambios de riqueza de una manera global. Los españoles (y los indios y los chinos, por ejemplo) derivan cantidades ingentes de riqueza hacia los países productores de hidrocarburos que realmente no la devuelven. Si se recoge toda la energía que un país utiliza a partir de sol y de su consecuencia, el viento, no se extrae riqueza del país, se la mantiene dentro. Si no se disipa riqueza calentando el aire (es decir, con edificios bien aislados) toda la riqueza disipada queda dentro del país.
Si las personas están sanas, se reduce la disipación de riqueza que significa la enfermedad.
Si se organizan los transportes de una manera racional, se ahorra más de dos tercios de la disipación de riqueza que supone la disipación de energía.
Y hacer todo esto implica, durante décadas, trabajo intenso para cambiar de paradigma de funcionamiento social. Pleno empleo, realmente.
¿Por qué no se hace?
En primer lugar, por ignorancia. Y derivado de esa ignorancia la pereza de los que controlan los recursos, en este caso la energía, para buscar formas nuevas de funcionar.
Es como todos aquellos que aprendieron algo en su juventud y sólo quieren conocer aquello que aprendieron entonces, y se niegan a seguir aprendiendo, a aprender todos los días y a cambiar las formas de funcionamiento con cada cosa nueva que aprenden.
Hoy vemos a muchos islamistas que rechazan el mundo moderno y quieren estados medievales. Hemos visto a la mitad de los ingleses rechazar la realidad y querer refugiarse en la tribu anglo-sajona-normanda. Estamos viendo en los EEUU el miedo de muchas personas a una evolución hacia nuevas formas de vida, y un refugiarse en la tribu revieja. Rechazo a los extraños, a la tecnología, a la vida real, refugio en las armas para matar a todo el que no vista, hable, piense de la misma manera que cada tribu concreta.
Se puede eliminar la contaminación, como se puede frenar lo que queda de cambio climático y muchos de los estúpidos conflictos humanos. La solución es abrirse, sin miedo, al conocimiento y a la realidad, dejando de lado las imágenes falsas y los miedos castradores.
Podemos hacerlo.
¿Queremos?
Fuente: ElMundo.es
El por qué de las cosas.
Antonio Ruiz de Elvira
Catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares. Su investigación se centra en la Física del Clima y de la Atmósfera de la Tierra. Es autor de "Quemando el futuro: clima y cambio climático" (ed. Nivola).