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viernes, 16 de octubre de 2015

La UICN avanza en la definición de la lista de ecosistema en peligro.

Entre ellos están el Mar de Aral, fondos con algas en Alaska, arrecifes de coral del Caribe, humedales de Australia, turberas de Alemania…

Es raro el verano que no acaba con una noticia que refleje la dura convivencia entre el desarrollo y la conservación de la naturaleza en uno de los destinos turísticos por antonomasia: el Caribe. Por un lado, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente de México dictaminó la suspensión total de un nuevo desarrollo turístico en Cancún, centro neurálgico de las visitas al Caribe, y por otro Nicaragua incluía entre sus cinco ecosistemas en mayor riesgo de desaparición los bosques de bambú del litoral de este mar del Atlántico Norte. Precisamente los arrecifes de coral del Caribe figuran entre los diez ecosistemas en mayor riesgo de extinción del planeta.

A la espera de desarrollar adecudamente y definir los criterios concretos y precisos que servirán para elaborar la lista roja de los ecosistemas mundiales en peligro, varios organismos y científicos, incluido el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, estudiaron veinte de los considerados más valiosos y amenazados. Hace dos años se publicó en la revista PLoS ONE una primera lista que sirve de patrón para que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) elabore una similar a la que actualmente existe para especies de animales y plantas. En este caso la categoría de extinto se define como “colapsado”, es decir, un ecosistema de gran valía que tiene imposible volver a su estado original.

A la primera lista con la que trabaja la UICN habría que añadir los 19 ecosistemas presentes entre los 48 lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco que considera en peligro. Algunos coinciden con la primera, como los arrecifes de coral del Caribe (Belice) y los bosques de galería de la cuenca del río Senegal (Parque Nacional Niokolo-Koba). El Parque Nacional de los Everglades (Estados Unidos), junto a los bosques tropicales, sobre todo los de la cuenca del Congo en la República Democrática del Congo, además de los de Honduras (Río Plátano), Indonesia (Sumatra) y Madagascar (Atsinanana), aparecen también en la lista roja de la Unesco.

A continuación se detalla la lista con los diez ecosistemas más amenazados según los primeros estudios realizados para la UICN, que son aquellos considerados en colapso (Mar de Aral) y en peligro crítico de extinción (los nueve restantes). La explicación a la aparición de cuatro lugares de Australia reside en que todos se concentran en el área de mayor desarrollo urbano, industrial y agrícola de la isla, la costa sureste, con una población que sobrepasa los trece millones de habitantes.

1. Mar de Aral

Uzbekistán-Kazajistán

El Mar de Aral ha pasado de ser el cuarto lago más grande del mundo a no aparecer entre los veinte primeros. Solo resiste un 10% de una superficie que superó los 67.000 km2, tanto como Aragón, Navarra y el País Vasco juntas. Aunque ahora se invierten esfuerzos para recuperarlo desde su parte más septentrional, los expertos consideran que ha entrado en colapso porque ha perdido su biodiversidad original, incluidas 28 especies de peces endémicos. Además, el legado de pesticidas, desertización y salinidad que dejaron los cultivos de algodón y cereales que se regaban con sus aguas mantiene un efecto letal sobre la naturaleza y la población.

2. Bosques de acacias en la cuenca del Río Senegal

Senegal, Malí y Mauritania

Causas similares a las que provocaron la desecación del Mar de Aral se ciernen sobre las escasas feraces llanuras de inundación que resisten en la cuenca del río Senegal, y muy especialmente sobre los bosques de acacias (Acacia nilotica) que crecen en ellas. Presas, agricultura intensiva y sobrepastoreo están acabando con cientos de años de convivencia pacífica entre la biodiversidad y las comunidades indígenas. Estas habían aprendido a compasar los aprovechamientos agrícolas y ganaderos con los períodos anuales de inundación y sequía. Ahora, hasta las aves granívoras que colaboraban en este equilibrio desaparecen y la ruptura del mismo provoca el desplazamiento forzado de miles de indígenas y problemas de salud.

3. Turberas elevadas de Renania

Alemania

Depresiones, zonas encharcadas y montículos se reparten entre estos humedales repletos de biodiversidad, que presentan una acumulación de biomasa muerta que abomba el terreno. Esta acumulación alberga una gran reserva de carbono, por lo que su paulatina destrucción libera grandes cantidades de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático. Aparte de las llamadas de atención de los científicos que han colaborado en esta incipiente lista de ecosistemas en peligro, la Comisión Europea, como parte de su labor de conservación dentro de la Red Natura 2000, ha advertido del riesgo de desaparición que corren en concreto las turberas de Hunsrück y Eifel, donde varias especies de fauna y flora asociadas se han convertido en raras.

4. Matorrales de 'fynbos' de El Cabo

Sudáfrica

Hasta 8.500 especies de plantas vasculares (en todas las islas británicas hay 1.400), el 70% endémicas, encierran estos matorrales de fynbos, nombre de origen holandés que define a las “plantas de hojas finas”. Por su variedad y colorido está catalogado como uno de los vergeles botánicos de África, con semejanzas con nuestro monte mediterráneo. La expansión urbanística, los incendios forestales y la agricultura amenazan a estos matorrales por una doble vía: por la destrucción directa del hábitat y por la invasión de especies exóticas, tanto vegetales como animales. En otra lista, la de las Ecorregiones del WWF, también está considerado como uno de los ecosistemas en mayor riesgo de desaparición.
5. Lagunas Coorong y estuario del río Murray

Australia

Con idéntico grado de amenaza al de la UICN (en peligro crítico) cataloga el WWF dentro de su listado de Ecorregiones a este extenso (140 kilómetros lineales) y complejo (lagunas, lagos, estuario, bosques de ribera…) humedal situado al sureste de Australia. La declaración de una parte como parque nacional y su reconocimiento como humedal de importancia internacional (Convenio Ramsar) le ha salvado de desaparecer por completo, ya que solo se mantiene intacto, pero de manera fragmentada, el 10% de la superficie original. Numerosas entidades conservacionistas siguen lanzando la voz de alarma ante uno de los impactos más notorios: el drenaje del humedal en dirección a tierras agrícolas.

6. Manantiales kársticos del sur

Australia
Piccaninnie Ponds Karst Wetlands.

Piccaninnie Ponds Karst Wetlands, también situado en la costa meridional australiana, es igualmente un humedal de importancia internacional incluido en el Convenio Ramsar. Sin embargo, las 862 hectáreas protegidas y representativas de los sistemas kársticos, con manantiales ascendentes y otras formaciones rocosas y de turba originadas por las aguas subterráneas, se antojan claramente insuficientes para la comunidad científica. Para demostrar el efecto devastador que ocasiona la pérdida de esa capa freática y la continuidad de su afloramiento la UICN expone el caso del género de cangrejos de agua dulce Euastacus: de las cincuenta especies que sobreviven en estos ecosistemas, 17 están en peligro crítico de extinción y otros 17 en peligro.

7. Pantanos costeros de la cuenca de Sídney

Australia

Urbanización, minería del carbón, fracking, incendios, efectos del cambio climático, carreteras, excesiva regulación hídrica, invasión de especies exóticas… La propia Oficina de Medio Ambiente y Patrimonio del estado de Nueva Gales del Sur, donde se encuentra enclavada la biorregión de la cuenca de Sidney, reconoce las amenazas que acogotan a uno de los ecosistemas más singulares de esta isla. La misma entidad recuerda que en los últimos 200 años se ha perdido o degradado el 60% del rosario de humedales costeros que salpicaba y embellecía estas tierras. Aunque se traducen como pantanos, se trata de llanuras costeras de inundación sobre fondos de arenisca que sobresalen principalmente en la meseta de Hawkesbury.

8- Humedales de la cuenca Murray-Darling

Australia
Los ríos Murray y Darling (afluente del primero) forman una gigantesca cuenca hidrográfica (dos veces España) trascendental para el suministro hídrico de la zona más poblada de Australia (Adelaida, Melbourne y Sidney) y para el mantenimiento de una de las mayores cotas de biodiversidad asociadas a una gran variedad de pantanos, bosques y lagos. El problema es que el conflicto entre las necesidades humanas (incluye una extensa área agrícola) y ambientales afecta a ambas, ya que la excesiva regulación y explotación hídrica ha llevado a la eliminación de la vegetación natural y la sequía temporal de tramos del Murray (se estima que está al 18% de su capacidad), lo que aumenta el grado de salinidad, que interfiere en el abastecimiento humano.

9- Bosques de laminariales de Alaska

Estados Unidos

Observar una tupida formación de algas gigantes (laminariales) que pueden superar los 50 metros es lo más parecido a adentrarse en un bosque submarino. Las aguas costeras de Alaska cuentan con muy buenas representaciones de este ecosistema, que se encuentra entre los más productivos del planeta por su capacidad de acogida para numerosas especies (incluidos peces de explotación comercial), absorción de dióxido de carbono y freno de fuertes oleajes. Sin embargo, la sobrepesca, fenómenos meteorológicos como El Niño y la contaminación (vertido del Exxon Valdez de 1989) destruyen la cadena trófica (afecta sobre todo a las nutrias de mar) y dejan vía libre para que los erizos de mar devoren y deforesten los bosques de algas.

10- Arrecifes de coral del Caribe

Más de 116 millones de personas viven dentro de las costas que dan al mar Caribe, a los que se añaden 20 millones de turistas anuales. Un estudio del World Resources Institute junto a veinte organismos que trabajan en la región sentenció en 2005 que dos tercios de los arrecifes están directamente amenazados por actividades humanas, y estiman pérdidas económicas de 350 a 870 millones de dólares anuales por la disminución de la pesca de arrecife, el turismo de buceo y los servicios de protección de la costa, al actuar como barrera ante los efectos de temporales marinos. La presión turística, la agricultura intensiva, la sobrepesca y el cambio climático (blanqueamiento del coral) se alían para poner en peligro a este punto caliente de la biodiversidad terrestre.

Fuente: ElPais.com

sábado, 10 de octubre de 2015

Los diez ecosistemas más amenazados del mundo.

La UICN avanza en la definición de la lista de ecosistema en peligro

Entre ellos están el Mar de Aral, fondos con algas en Alaska, arrecifes de coral del Caribe, humedales de Australia, turberas de Alemania…

Es raro el verano que no acaba con una noticia que refleje la dura convivencia entre el desarrollo y la conservación de la naturaleza en uno de los destinos turísticos por antonomasia: el Caribe. Por un lado, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente de México dictaminó la suspensión total de un nuevo desarrollo turístico en Cancún, centro neurálgico de las visitas al Caribe, y por otro Nicaragua incluía entre sus cinco ecosistemas en mayor riesgo de desaparición los bosques de bambú del litoral de este mar del Atlántico Norte. Precisamente los arrecifes de coral del Caribe figuran entre los diez ecosistemas en mayor riesgo de extinción del planeta.

A la espera de desarrollar adecudamente y definir los criterios concretos y precisos que servirán para elaborar la lista roja de los ecosistemas mundiales en peligro, varios organismos y científicos, incluido el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, estudiaron veinte de los considerados más valiosos y amenazados. Hace dos años se publicó en la revista PLoS ONE una primera lista que sirve de patrón para que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) elabore una similar a la que actualmente existe para especies de animales y plantas. En este caso la categoría de extinto se define como “colapsado”, es decir, un ecosistema de gran valía que tiene imposible volver a su estado original.

A la primera lista con la que trabaja la UICN habría que añadir los 19 ecosistemas presentes entre los 48 lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco que considera en peligro. Algunos coinciden con la primera, como los arrecifes de coral del Caribe (Belice) y los bosques de galería de la cuenca del río Senegal (Parque Nacional Niokolo-Koba). El Parque Nacional de los Everglades (Estados Unidos), junto a los bosques tropicales, sobre todo los de la cuenca del Congo en la República Democrática del Congo, además de los de Honduras (Río Plátano), Indonesia (Sumatra) y Madagascar (Atsinanana), aparecen también en la lista roja de la Unesco.

A continuación se detalla la lista con los diez ecosistemas más amenazados según los primeros estudios realizados para la UICN, que son aquellos considerados en colapso (Mar de Aral) y en peligro crítico de extinción (los nueve restantes). La explicación a la aparición de cuatro lugares de Australia reside en que todos se concentran en el área de mayor desarrollo urbano, industrial y agrícola de la isla, la costa sureste, con una población que sobrepasa los trece millones de habitantes.

1. Mar de Aral

Uzbekistán-Kazajistán

El Mar de Aral ha pasado de ser el cuarto lago más grande del mundo a no aparecer entre los veinte primeros. Solo resiste un 10% de una superficie que superó los 67.000 km2, tanto como Aragón, Navarra y el País Vasco juntas. Aunque ahora se invierten esfuerzos para recuperarlo desde su parte más septentrional, los expertos consideran que ha entrado en colapso porque ha perdido su biodiversidad original, incluidas 28 especies de peces endémicos. Además, el legado de pesticidas, desertización y salinidad que dejaron los cultivos de algodón y cereales que se regaban con sus aguas mantiene un efecto letal sobre la naturaleza y la población.

2. Bosques de acacias en la cuenca del Río Senegal

Senegal, Malí y Mauritania

Causas similares a las que provocaron la desecación del Mar de Aral se ciernen sobre las escasas feraces llanuras de inundación que resisten en la cuenca del río Senegal, y muy especialmente sobre los bosques de acacias (Acacia nilotica) que crecen en ellas. Presas, agricultura intensiva y sobrepastoreo están acabando con cientos de años de convivencia pacífica entre la biodiversidad y las comunidades indígenas. Estas habían aprendido a compasar los aprovechamientos agrícolas y ganaderos con los períodos anuales de inundación y sequía. Ahora, hasta las aves granívoras que colaboraban en este equilibrio desaparecen y la ruptura del mismo provoca el desplazamiento forzado de miles de indígenas y problemas de salud.

3. Turberas elevadas de Renania

Alemania

Depresiones, zonas encharcadas y montículos se reparten entre estos humedales repletos de biodiversidad, que presentan una acumulación de biomasa muerta que abomba el terreno. Esta acumulación alberga una gran reserva de carbono, por lo que su paulatina destrucción libera grandes cantidades de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático. Aparte de las llamadas de atención de los científicos que han colaborado en esta incipiente lista de ecosistemas en peligro, la Comisión Europea, como parte de su labor de conservación dentro de la Red Natura 2000, ha advertido del riesgo de desaparición que corren en concreto las turberas de Hunsrück y Eifel, donde varias especies de fauna y flora asociadas se han convertido en raras.

4. Matorrales de 'fynbos' de El Cabo

Sudáfrica

Hasta 8.500 especies de plantas vasculares (en todas las islas británicas hay 1.400), el 70% endémicas, encierran estos matorrales de fynbos, nombre de origen holandés que define a las “plantas de hojas finas”. Por su variedad y colorido está catalogado como uno de los vergeles botánicos de África, con semejanzas con nuestro monte mediterráneo. La expansión urbanística, los incendios forestales y la agricultura amenazan a estos matorrales por una doble vía: por la destrucción directa del hábitat y por la invasión de especies exóticas, tanto vegetales como animales. En otra lista, la de las Ecorregiones del WWF, también está considerado como uno de los ecosistemas en mayor riesgo de desaparición.
5. Lagunas Coorong y estuario del río Murray

Australia

Con idéntico grado de amenaza al de la UICN (en peligro crítico) cataloga el WWF dentro de su listado de Ecorregiones a este extenso (140 kilómetros lineales) y complejo (lagunas, lagos, estuario, bosques de ribera…) humedal situado al sureste de Australia. La declaración de una parte como parque nacional y su reconocimiento como humedal de importancia internacional (Convenio Ramsar) le ha salvado de desaparecer por completo, ya que solo se mantiene intacto, pero de manera fragmentada, el 10% de la superficie original. Numerosas entidades conservacionistas siguen lanzando la voz de alarma ante uno de los impactos más notorios: el drenaje del humedal en dirección a tierras agrícolas.

6. Manantiales kársticos del sur

Australia
Piccaninnie Ponds Karst Wetlands.

Piccaninnie Ponds Karst Wetlands, también situado en la costa meridional australiana, es igualmente un humedal de importancia internacional incluido en el Convenio Ramsar. Sin embargo, las 862 hectáreas protegidas y representativas de los sistemas kársticos, con manantiales ascendentes y otras formaciones rocosas y de turba originadas por las aguas subterráneas, se antojan claramente insuficientes para la comunidad científica. Para demostrar el efecto devastador que ocasiona la pérdida de esa capa freática y la continuidad de su afloramiento la UICN expone el caso del género de cangrejos de agua dulce Euastacus: de las cincuenta especies que sobreviven en estos ecosistemas, 17 están en peligro crítico de extinción y otros 17 en peligro.

7. Pantanos costeros de la cuenca de Sídney

Australia

Urbanización, minería del carbón, fracking, incendios, efectos del cambio climático, carreteras, excesiva regulación hídrica, invasión de especies exóticas… La propia Oficina de Medio Ambiente y Patrimonio del estado de Nueva Gales del Sur, donde se encuentra enclavada la biorregión de la cuenca de Sidney, reconoce las amenazas que acogotan a uno de los ecosistemas más singulares de esta isla. La misma entidad recuerda que en los últimos 200 años se ha perdido o degradado el 60% del rosario de humedales costeros que salpicaba y embellecía estas tierras. Aunque se traducen como pantanos, se trata de llanuras costeras de inundación sobre fondos de arenisca que sobresalen principalmente en la meseta de Hawkesbury.

8- Humedales de la cuenca Murray-Darling

Australia
Los ríos Murray y Darling (afluente del primero) forman una gigantesca cuenca hidrográfica (dos veces España) trascendental para el suministro hídrico de la zona más poblada de Australia (Adelaida, Melbourne y Sidney) y para el mantenimiento de una de las mayores cotas de biodiversidad asociadas a una gran variedad de pantanos, bosques y lagos. El problema es que el conflicto entre las necesidades humanas (incluye una extensa área agrícola) y ambientales afecta a ambas, ya que la excesiva regulación y explotación hídrica ha llevado a la eliminación de la vegetación natural y la sequía temporal de tramos del Murray (se estima que está al 18% de su capacidad), lo que aumenta el grado de salinidad, que interfiere en el abastecimiento humano.

9- Bosques de laminariales de Alaska

Estados Unidos

Observar una tupida formación de algas gigantes (laminariales) que pueden superar los 50 metros es lo más parecido a adentrarse en un bosque submarino. Las aguas costeras de Alaska cuentan con muy buenas representaciones de este ecosistema, que se encuentra entre los más productivos del planeta por su capacidad de acogida para numerosas especies (incluidos peces de explotación comercial), absorción de dióxido de carbono y freno de fuertes oleajes. Sin embargo, la sobrepesca, fenómenos meteorológicos como El Niño y la contaminación (vertido del Exxon Valdez de 1989) destruyen la cadena trófica (afecta sobre todo a las nutrias de mar) y dejan vía libre para que los erizos de mar devoren y deforesten los bosques de algas.

10- Arrecifes de coral del Caribe

Más de 116 millones de personas viven dentro de las costas que dan al mar Caribe, a los que se añaden 20 millones de turistas anuales. Un estudio del World Resources Institute junto a veinte organismos que trabajan en la región sentenció en 2005 que dos tercios de los arrecifes están directamente amenazados por actividades humanas, y estiman pérdidas económicas de 350 a 870 millones de dólares anuales por la disminución de la pesca de arrecife, el turismo de buceo y los servicios de protección de la costa, al actuar como barrera ante los efectos de temporales marinos. La presión turística, la agricultura intensiva, la sobrepesca y el cambio climático (blanqueamiento del coral) se alían para poner en peligro a este punto caliente de la biodiversidad terrestre.

Fuente: ElPais.com

domingo, 13 de septiembre de 2015

La Antártida se quedará sin hielo si se queman todas las reservas de petróleo, carbón y gas.

El nivel del mar ha crecido en el planeta unos 20 centímetros de media desde el año 1901, según el último informe del Panel Internacional para el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés). Puede parecer que no es una gran cifra, pero sus consecuencias ya han comenzado a notarse en algunas zonas costeras y en países insulares del Pacífico, por ejemplo. Y aunque el deshielo de la Antártida suele servir de icono para ilustrar el aumento del nivel marino, hasta el momento su contribución apenas llega al 10% de la subida.

Sin embargo, el continente helado podría dejar de serlo perdiendo por completo su capa de hielo si se queman todos los combustibles fósiles disponibles en la actualidad, según un estudio recién publicado por la revista científica Science Advances.

El trabajo realizado por científicos de la Carnegie Institution for Science de la Universidad de Stanford (California, EEUU) y del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto del Clima ha analizado por primera vez mediante un modelo climático las consecuencias que tendría para la Antártida -y por tanto para el resto del planeta- la quema de todas las reservas disponibles de petróleo, carbón y gas. Los autores, liderados por el prestigioso investigador de Stanford Ken Caldeira, concluyen que si se llegan a utilizar todas las fuentes fósiles que tenemos al alcance de la mano la Antártida perdería su capa de hielo por completo.
Según el estudio, las reservas que quedan son suficientes para generar un aumento del nivel del mar medio global de 58 metros, lo que dejaría bajo el agua macrociudades como Nueva York, Tokyo, Shanghai, Calcuta o Hamburgo entre muchas otras.

"Nuestros datos muestran que si no queremos derretir la Antártida, no podemos seguir sacando energías fósiles del suelo y liberándolas a la atmósfera como CO2 como venimos haciendo", asegura Caldeira en una nota emitida por la Carnegie Institution.

El modelo utilizado por los autores revela que llevaría miles de años la pérdida total del hielo antártico. De hecho, los autores han analizado la posible evolución de la capa de hielo para los próximos 10.000 años, ya que el carbono permanece en la atmósfera durante milenios después de ser liberado.

La Humanidad ha emitido hasta el momento aproximadamente 600 gigatoneladas de carbono (unas 2.200 gigatoneladas de CO2, y cada gigatonelada son 1.000 millones de toneladas: la cifra completa sería 2.200.000.000.000 toneladas de CO2). El estudio revela que la quema de todas las fuentes fósiles disponibles en la actualidad supondría la liberación de 10.000 gigatoneladas de carbono, lo que supondría un inclemento del nivel del mar de unos 3 metros por cada siglo durante los primeros 1.000 años.
Una de las principales conclusiones de los autores es que la capa de hielo de la parte oeste del continente helado podría convertirse en inestable si las emisiones continúan durante unos 60 u 80 años, lo que supondría sólo el 8% como máximo de las 10.000 gigatoneladas previstas por los autores. "La capa oeste de hielo podría haber entrado ya en una rueda de pérdida de hielo imparable, pero si no queremos ver bajo el agua ciudades como Tokyo, Shanghai o Nueva York, necesitamos evitar que la parte Ese llegue al mismo punto", asegura Anders Leverman, uno de los autores perteneciente al Potsdam Institute.

"Si queremos mantener el aumento de temperatura por debajo del límite de 2ºC a partir del cual la comunidad científica internacional reconoce que los riesgos asociados al cambio climático se dispararían, las emisiones totales de la Humanidad no deberían superar las 1.000 gigatoneladas de carbono", asegura a este diario Ricarda Winkelmann, investigadora del Potsdam Institute y primera firmante del artículo.

"Hoy en día las 10.000 gigatoneladas que menciona nuestro estudio parecen un muy largo camino, aunque si las emisiones continúan aumentando como hasta la fecha, en la segunda mitad del próximo siglo las podríamos haber quemado ya todas", explica Winkelmann. "Por supuesto es una supersimplificación que no puede tener en cuenta cosas como el aumento de precios, pero sirve para mostrar que es posible quemar todas las reservas de combustibles fósiles disponibles y no sería algo que tardaría miles de años precisamente", asegura la autora del estudio.

La Antártida tardaría miles de años en perder su capa de hielo completamente, pero nos llevaría sólo unas pocas décadas en desencadenar ese proceso, según el estudio.

"En algún momento cruzaremos una frontera a partir de la cual la pérdida de hielo en la Antártida se convertirá en algo prácticamente imparable. No sabemos cuándo ocurrirá eso, ya que esa frontera tiene que ser definida aún, nuestro estudio se centra en qué ocurrirá al final de ese proceso", concluye Winkelmann.

Fuente: ElMundo.es

viernes, 4 de septiembre de 2015

‘El Niño’ será uno de los peores desde 1950 por el cambio climático.

La Organización Meteorológica Mundial avisa de que tendrá su periodo de mayor intensidad entre octubre y enero
El Niño pone en alerta a las costas latinoamericanas del Pacífico

El cambio climático ha creado condiciones sin precedentes para el actual fenómeno de El Niño, que tendrá su periodo de mayor intensidad entre octubre y enero, según dijeron hoy expertos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Las predicciones del calentamiento de la superficie del mar en las zonas central y oriental del Pacífico tropical apuntan a que El Niño que está en desarrollo probablemente será uno de los cuatro más fuertes desde 1950. Los anteriores más potentes fueron los registrados en los periodos entre 1972/1973, 1982/1983 y 1997/1998.

Para sus pronósticos, los científicos toman en cuenta que, en agosto, las temperaturas de la superficie del mar ya estuvieron entre 1,3 y 2 grados centígrados por encima de la media, superando en un grado los umbrales habituales de El Niño. Los modelos utilizados apuntan a que las temperaturas se mantendrán al menos 2 grados por encima de lo normal y que incluso podrían subir algo más.

Los efectos de El Niño ya se hacen sentir en algunas regiones del mundo de manera muy variada y serán más patentes en los próximos cuatro a ocho meses, según la OMM, una agencia científica de Naciones Unidas y autoridad en la materia.
De manera general, este fenómeno climático puede provocar fuertes precipitaciones -y por consiguiente, inundaciones- en América Latina, Asia, Oceanía y Africa, con episodios de sequías en otras zonas de estas mismas regiones. Sin embargo, los países afectados cuentan ahora con más experiencia, conocimientos e información que nunca antes, lo que puede ayudarles a tomar medidas de prevención efectivas, opinó Maxx Dilley, director de Predicciones Climáticas de la OMM, al presentar la información más reciente sobre la evolución de El Niño.
El experto mencionó el caso de Perú, donde se están tomando acciones preventivas, como simulacros, y se optó por cancelar su participación en el rally Dakar 2016 por el riesgo de inundaciones o deslizamiento de tierra en zonas que formaban parte del recorrido.

Lo que es completamente distinto desde el último fenómeno de El Niño (entre 1997 y 1998) es que el actual está ocurriendo bajo nuevas condiciones, influidas por el cambio climático. Desde entonces, "el mundo ha cambiado mucho" y la capa de hielo del mar Artico se ha reducido a niveles mínimos, al tiempo que se ha perdido hasta un millón de kilómetros cuadrados de superficie nevada en el hemisferio norte, explicó el jefe del Programa de Investigación del Clima de la OMM, David Carlson.

"Han emergido nuevos patrones, y lo que es único ahora es que están coincidiendo por primera vez con El Niño", sostuvo. Desde el periodo 1997/1998 no se había observado la presencia de El Niño o de La Niña (el fenómeno contrario, causado por enfriamiento de las aguas superficiales de ciertas zonas del Pacífico), lo que también se considera inusual.

Carlson dijo que en la situación actual -con la influencia del deshielo en el Artico y el calentamiento del Pacífico tropical- "no sabemos lo que pasará, si ambos patrones se reforzarán uno a otro, se anularán, actuarán en secuencia o influirán en distintas zonas del planeta".

"Realmente no lo sabemos porque no tenemos precedentes para esta situación", insistió el científico. Las características de El Niño conocidas hasta ahora apuntan a que provoca un aumento de la intensidad de las lluvias en la costa oeste de Sudamérica (principalmente Ecuador y Perú), así como en los países del llamado "Cuerno de Africa". En cambio, se sufren sequías en Australia, Indonesia, el sudeste de Asia y el sur de Africa.

Fuente: ElPais.com

sábado, 13 de junio de 2015

Un planeta de extremos climáticos.

El año 2014 fue el más cálido de la Historia. Y 14 de los 15 años más calurosos se han registrado en el siglo XIX. El aumento de temperaturas globales, la reducción de las masas de hielo y nieve y el aumento del nivel del mar han llevado a los científicos hacia el consenso inequívoco de que el mundo se está calentando a consecuencia de la actividad humana. Pero la pregunta del millón aún no ha podido ser contestada: ¿La ola de calor de 2003 en Europa, las inundaciones de Bangladesh el año pasado o la sequía que asola California desde hace meses son consecuencia directa del calentamiento causado por el ser humano?

La ciencia del clima sólo es capaz de hablar de tendencias de aumento de temperatura y de probabilidades de que ocurran más eventos extremos, pero hasta ahora no podía explicar el grado de responsabilidad del cambio climático en un acontecimiento concreto. Una nueva investigación dirigida por el prestigioso investigador de del Instituto de Ciencias del Clima y la Atmósfera de Suiza, Reto Knutti, ha roto con esos viejos miedos y ha desarrollado un modelo capaz de evaluar hasta qué punto está aumentando el cambio climático la ocurrencia de las olas de calor y de las lluvias torrenciales. Y los resultados son sorprendentes. El 75% de los eventos de temperaturas extremas y el 18% de los grandes aguaceros son atribuibles al cambio climático, según las conclusiones del trabajo, publicado hoy en la revista 'Nature Climate Change'.

Los expertos en ciencias del clima llevan años tratando de diseñar modelos que permitan averiguar el grado de implicación del calentamiento global en eventos meteorológicos extremos, como olas de calor, sequías o tormentas. Lo que han hecho los autores del estudio es aplicar a escala global los modelos diseñados para acontecimientos concretos, como la ola de calor europea de 2003, que mató a decenas de miles de personas en el continente.

Las conclusiones y la estadística del trabajo son robustas, según los expertos, pero se sigue sin poder decir 'esta inundación se debe al cambio climático'. A lo máximo que podrán llegar los investigadores es a asegurar que el 18% de esas lluvias son consecuencia directa del calentamiento.
«Lo que han estudiado los autores es lo que conocemos como atribución, es decir, asignar una relación de causa-efecto, y eso es algo muy difícil», explica José Manuel Moreno, catedrático de la Universidad de Castilla La Mancha y vicepresidente del Grupo II del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés). «El símil del fumador es perfecto. No podemos decirle a nadie que haya muerto por fumar, pero sí podemos explicarle cuánto ha crecido la probabilidad de morir anticipadamente debido al tabaco», explica Moreno.

Lo que sí han elaborado los autores es un mapa del mundo con las probabilidades de ocurrencia de temperaturas y lluvias extremas en distintos puntos del planeta. «El aumento de la probabilidad de que ocurran eventos extremos en España y en el resto del sur de Europa es sustancialmente mayor que en Europa central o del norte», explica Erich Fischer, investigador del Instituto de Ciencias del Clima y Atmosféricas de Suiza y autor principal del trabajo.

En este escenario de aumento global de extremos climáticos, España no está precisamente bien situada. «Aunque nuestros resultados no se fijan en las diferencias regionales, el cambio a largo plazo es consistente con las tesis aceptadas hasta ahora de que España y el sur de Europa son 'hotspots' (zona de riesgo) que sufrirán en mayor medida los eventos extremos de altas temperaturas», dice Fischer. «Con respecto a las lluvias extremas, los cambios en el sur de Europa no están claros», reconoce.
No obstante, a escala global sí se ha evaluado lo que ocurrirá en el futuro en diferentes escenarios de aumento de temperatura. Lo más llamativo quizá es el impacto que tendrá el cambio climático sobre las lluvias torrenciales si se cumplen los objetivos marcados por los científicos y que se prevé que sean reconocidos por la comunidad internacional en la Cumbre del Clima de París en diciembre de 2015. En un mundo 2ºC más cálido, el 40% de las grandes tormentas se deberán al cambio climático.

«La idea de que en un mundo dos grados más caliente cerca de la mitad de las lluvias extremas no hubieran ocurrido si no fuera por el cambio climático causado por el ser humano debería dar que pensar a los políticos que tratan de mitigar y de adaptarse al cambio climático», plantea en un artículo que acompaña a la investigación Peter Stott, investigador del Met Office, el servicio meteorológico británico.

Fuente: ElMundo.es

sábado, 2 de mayo de 2015

La cubierta vegetal mundial aumenta a pesar de la deforestación tropical.

China y Rusia tienen muy mala prensa ambiental. Tampoco sale bien parada la oscilación térmica conocida como El Niño (ENSO), un complejo fenómeno que provoca periodos de sequías alternados con intensas lluvias en muchas partes del planeta. Sin embargo, un estudio muestra como, a pesar de la deforestación de las selvas tropicales, estos tres actores o factores están haciendo reverdecer el planeta. Pero los investigadores advierten de que no se puede fiar el futuro del clima de la Tierra a chinos, rusos y los caprichos de El Niño.

Las plantas son la base de la vida. Sobre ellas descansan los ecosistemas de los que, en última instancia, dependen los humanos. La cubierta vegetal es, además, la primera línea de defensa contra el cambio climático. Bosques, selvas, pastos, matorrales o campos cultivados retiran de la atmósfera la cuarta parte del CO2 antropogénico (en su mayoría por los combustibles fósiles) que está calentando el planeta. Por eso, cada hectárea arrancada a las selvas amazónicas, de Indonesia o el África ecuatorial es un drama global.

Sin embargo, un estudio publicado en Nature Climate Change y realizado por investigadores de Australia muestra ahora que la deforestación de los bosques tropicales está siendo compensada con la reforestación en otras partes del planeta en la última década. Con datos de varios satélites de 20 años, los científicos han comprobado que grandes zonas de Rusia, China, el norte de Australia, el sur de África y hasta el este de Brasil están recuperando el verde.

"A pesar de la continua deforestación en América del Sur y el sudeste de Asia, hemos encontrado que la disminución en estas regiones se ha visto compensada por la recuperación de los bosques fuera de zonas tropicales y un nuevo crecimiento en las áridas sabanas y matorrales de Australia, África y el sur de América", dice el científico del Centro para la Investigación del Cambio Climático de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia) y principal autor del estudio, Yi Liu.
Entre las ganancias de masa forestal y, por tanto, retirada de CO2 de la atmósfera, destacan las obtenidas en Rusia y China. Las mediciones satelitales muestran que en ambos países la cubierta vegetal ha aumentado en las últimas décadas, aunque por razones bien diferentes. "En Rusia, los bosques han ocupado de forma natural las tierras de cultivo abandonadas tras la caída del comunismo. Mientras, en China, los proyectos de repoblación masiva de árboles han aportado una cantidad destacada a la biomasa global", sostiene Liu. "Entre ambos actores, compensan más de la mitad de la pérdida de carbono debida a la deforestación tropical", añade.

En concreto, la pérdida de selvas tropicales ha conllevado una reducción de su capacidad de retener carbono robado a la atmósfera de unas 210.000 toneladas de CO2 (Tm/CO2) anuales entre 2003 y 2012. Por su parte, la nueva cubierta vegetal en Rusia y China captura cada año 100.000 y 70.000 Tm/CO2 respectivamente. Si se tiene en cuenta que la aportación de las selvas tropicales al total es de un 44%, por un 17% de los bosques templados y boreales, China y Rusia se merecen un aplauso.

El resto de las felicitaciones por aumentar la cubierta vegetal del planeta hay que dárselas a las sabanas y áreas de matorral. Su aportación al ciclo del carbono (medido como el intercambio neto entre la atmósfera y la tierra) no ha sido estudiada con la misma intensidad que la de los bosques. Por supuesto, por hectárea, su capacidad de captura es menor, pero se trata de grandes extensiones que, por azares del clima, están más verdes que nunca.

"Estos otros paisajes son relevantes porque cubren una extensión muy grande, particularmente en el hemisferio sur, cubriendo una buena parte de Australia, las sabanas africanas y en el sur de la Amazonia, el Cerrado. Si incluimos las áreas de matorral de zonas semiáridas, abarcamos una extensión aún mayor", recuerda el director del Global Carbon Project y coautor del estudio, el catalán Josep Canadell. Para este investigador de CSIRO, la agencia nacional de investigación de Australia (como el CSIC en España), "los flujos y cantidades de carbono son aún más pequeños que en los trópicos, pero lo importante es que estas regiones están cambiando".
Combinadas, la biomasa de sabanas y matorrales alojan, según el estudio, 50.000 Tm/CO2 al año desde hace un lustro. Eso hace que la captura neta global haya aumentado en los últimos años, invirtiendo la tendencia general de pérdida de cubierta vegetal observada en la última década del siglo pasado.

Hay varios factores que están elevando el protagonismo de sabanas, áreas de arbustos y, en menor medida de los campos cultivados: cambios en el uso del suelo, mejores técnicas agrícolas, reducción de incendios... Pero para Canadell hay dos elementos claves. "Hay evidencias de que una razón es el aumento de la eficiencia en el uso del agua debido al incremento del CO2 en la atmósfera", comenta. Puede parecer una paradoja, pero, como recuerda el investigador catalán, "el CO2 es malo para el clima, pero no para las plantas". Como sucede en un invernadero, al haber mayor concentración de dióxido de carbono, los estomas de la planta (poros en las hojas que le permiten respirar) no tienen que abrir tanto para tomar la misma cantidad de CO2, perdiendo menos agua que pueden usar para crecer más.
El otro factor tiene que ver con la oscilación térmica El Niño y su reverso, La Niña. Este fenómeno, que se inicia en el océano Pacífico, afecta a los patrones de lluvia, alternando periodos muy secos con meses de lluvias torrenciales en zonas donde dominan las sabanas o el matorral. El cambio climático está afectando a este juego infantil, alterando aún más la impredecible duración de cada periodo y su carácter más o menos seco.

"El cambio climático está trayendo más variabilidad al clima y, por tanto, a los ciclos de auge y colapso. Hemos estudiado estos ciclos y la vegetación crece más cuando hay más lluvia que la que se pierde cuando hay menos, por lo que creemos que el resultado final es que los sistemas podrán capturar más carbono", explica el director ejecutivo del Global Carbon Project.

Sin embargo, este aumento en el verde del planeta no basta. Como recuerda Canadell: "sabemos que sobre el 50% de las emisiones procedentes de las actividades humanas permanece en la atmósfera aún después de que la otra mitad sea retirado por la vegetación terrestre y los océanos. La única manera de estabilizar el sistema climático es reducir las emisiones de los combustibles fósiles a cero".

Fuente: ElPais.com
Miguel Angel Criado

viernes, 17 de abril de 2015

Sin la selva amazónica, se acabó la lluvia en Buenos Aires.

La Amazonía es uno de los factores fundamentales que regula el clima de la región y está gravemente amenazada por actividades humanas.

Si le contaran a un porteño que ya no llueve tanto en Buenos Aires por la deforestación en la Amazonía, diría que tal afirmación es una locura. Se sorprendería al enterarse de que el 19% de la lluvia que cae anualmente en la cuenca de la Plata, tiene su origen en la humedad que genera la selva amazónica y la expulsa hacia el sur. La situación es tan increíble como alarmante: la Amazonía es uno de los factores fundamentales que regula el clima de la región y está gravemente amenazada por actividades humanas.
Imaginarse 50 millones de años es casi imposible. Es pensar que se repite 1.000 veces la historia de la humanidad en el planeta. Ese fue el tiempo que tardó la Amazonía en formarse. Sin embargo, en tan solo medio siglo se deforestó casi el 20% (probablemente mucho más de un millón de kilómetros cuadrados de selva, afectando también ríos y otros ecosistemas).

Esta cifra es devastadora. Para que sea más sencillo visualizarla, piensen que solo en Brasil talaron 2.000 árboles por minuto durante 40 años. O gráficamente, como lo explicaría el científico Antonio Donato Nobre, que ese terreno deforestado equivale a una carretera de 2 kilómetros de ancho construida desde la tierra hasta la luna. Pero esto también puede ser difícil de dimensionar. El problema de la inmensidad de la Amazonía es que creemos que es inagotable. Y no lo es. Infelizmente.
La selva amazónica con sus ríos y diversidad, es tan grande que si juntáramos los 28 países que hacen parte de la Unión Europea solo abarcarían el 64% del territorio amazónico que es de 6,7 millones de kilómetros cuadrados. Ese conjunto de ecosistemas mega diverso, dominado por bosques, recorre 9 países y en él viven más de 33 millones de personas. Están presentes unas 350 comunidades indígenas, de las cuales cerca de 60 viven en aislamiento voluntario, buscando huir de las amenazas hace siglos.

La Amazonía alberga probablemente más del 10% de la biodiversidad conocida por el hombre y libera al mar casi el 15% de la producción de agua dulce del planeta. Es la fuente principal de la seguridad hídrica, alimentaria y energética y de la salud de Latinoamérica.

A pesar de esta riqueza, enfrenta grandes presiones: carreteras, ganadería, especulación inmobiliaria y ocupación ilegal, presas para hidroelectricidad, cultivos de soja, de palma, minería, explotación petrolera, tráfico de madera y contaminación, solo por nombrar algunas. Y para rematar: cambio climático, el mayor desafío ambiental de nuestra historia que intensifica las consecuencias de las demás presiones.

Para el beneficio mundial, conservar el Amazonas puede ser un as bajo la manga para reducir el calentamiento de la Tierra y más aún, para enfrentar los impactos en América del Sur. Es la región natural ideal para evitar o reducir emisiones de carbono más rápidamente y con más beneficios para el mundo, y para hacer que los cambios climáticos extremos sean más fáciles de soportar, sobretodo en Sudamérica. Gracias a su tamaño, su estructura ecológica y su ubicación geográfica entre el ecuador, la cordillera de los Andes y el océano Atlántico, cumple una función reguladora del clima. Es una fábrica de producción hídrica: bombea unos 20.000 millones de toneladas de agua al día, la mejor receta para enfrentar la sequía.
Pero si la selva se sigue degradando y la seguimos deforestando, aumentarán las emisiones (al talar un árbol se libera el carbono que capturó durante su vida) y no habrá como hacerle contrapeso a las sequías y otros eventos climáticos más intensos que se pronostican con el calentamiento global.

La combinación será devastadora y las consecuencias no solo las enfrentaran los países amazónicos sino toda la región. No solo se debe tener en cuenta cuánto se deforesta anualmente sino la deforestación agregada a lo largo de los años y los lugares en los que la selva está tan degradada que ya no cumple con sus funciones naturales. Como la Amazonía funciona como una región ecológicamente integrada, entre bosques, ríos y atmosfera, su degradación puede degenerar los procesos ecológicos y ella puede, no solo dejar de ser beneficiosa al clima continental y global, sino empezar a ser un problema. No lloverá como antaño la cuenca de la Plata.

Pero estamos a tiempo de poner el freno de mano y cambiar de rumbo. Podemos construir un modelo de desarrollo que entienda a la conservación como una oportunidad y no como un obstáculo. Necesitamos que los países entiendan que las selvas y los ríos amazónicos tienen una relación directa con la seguridad climática.

Durante estas dos semanas el viento puede estar a favor del complejo de selvas y ríos más importante del mundo. O mejor dicho, a favor de la humanidad, que depende de ella, de sus servicios, de sus beneficios. Este año se celebra por primera vez la Cumbre de Cambio Climático de las Naciones Unidas en un país amazónico. Y aunque las negociaciones del clima siguen su rumbo independientemente de donde se lleven a cabo, sí es el momento ideal para posicionar la agenda amazónica en las negociaciones del clima. Es el momento para que los nueve países que comparten este ecosistema demuestren liderazgo e integración.
Perú, anfitrión de la cumbre, se comprometió a cero deforestación para el 2021. Colombia se comprometió a cero deforestación neta en la Amazonia para 2020. Brasil, se comprometió en reducir su tasa de deforestación en un 80% y va en buen camino. Guyana tiene el objetivo de mantener su desforestación en nivel muy bajo. Hay importantes programas en Bolivia, Ecuador y otros.

Son compromisos importantes de conservación y protección de las comunidades locales que viven en la Amazonía con y de su diversidad cultural y su manantial de conocimientos. Pero también son compromisos con implicaciones climáticas importantes ya que, según el IPCC, el panel de científicos que asesora a la ONU, 24% de las emisiones globales vienen del sector forestal, agrícola y otros usos del suelo. La mitad de este porcentaje se debe a la deforestación y la degradación de los bosques.

Pero aún hay muchas tuercas por ajustar. Empezando por los 25 frentes de deforestación que existen en la actualidad en la Amazonía, distribuidos en varios países. A pesar de que el mundo ha visto el esfuerzo enorme de los países latinoamericanos para reducir la deforestación de la Amazonía y en consecuencia las emisiones del sector forestal, la tala del bosque amazónico sigue siendo enorme.
Para sobrepasar esa situación se necesita fortalecer la gobernanza pan-amazónica, respetar los derechos de sus pueblos y comunidades, y articular y fortalecer las políticas de los nueve países que atraviesan sus selvas y ríos. Es vital contar con compromisos más ambiciosos (como la cero desforestación neta en 2020 para toda la Amazonía) y más fuertes (con decisiones centrales e integradas de cada uno los gobiernos) de los países amazónicos. Finalmente, se necesita el reconocimiento y apoyo financiero de otros países y del sector privado.

No solo se trata de salvar el planeta o a las 427 especies de mamíferos, 1.300 de aves, 378 de reptiles, 400 de anfibios y 3.000 de peces que habitan en la Amazonía. También se trata de garantizar la seguridad hídrica, energética, alimentaria, de salud y sobre todo, climática. Es un tema económico y de calidad de vida de nuestras sociedades.

Necesitamos de los bosques: usted y yo. Pero también el petrolero, el estudiante, la madre, el minero, el empresario, el carpintero, el médico y el panadero. Todos. Entonces ¿por qué seguimos conduciendo un planeta con los ojos vendados?

Hoy miles de funcionarios de casi 200 países negocian un nuevo acuerdo para ponerle el freno al cambio climático y para lograrlo necesitan voluntad política. Para conservar la Amazonía, se necesita lo mismo. En sus manos está la lluvia en Buenos Aires. Y la salud del continente y del mundo.

Fuente: ElPais.com

sábado, 28 de marzo de 2015

La crisis hídrica de Sudamerica podría extender los desiertos subtropicales en los hemisferios norte y sur

CRISIS HÍDRICA

¿Vivimos una sequía milenaria en la provincia de San Juan?

Si bien es pronto para confirmarlo, algunos climatólogos advierten que la misma podría estar sucediendo, extendiendo los desiertos subtropicales de los hemisferios Norte y Sur.

La peor sequía de los últimos 50 años y altas temperaturas y humedad en pleno marzo son algunos de los fenómenos que llevaron a Suplemento Verde de DIARIO DE CUYO a dialogar con los destacados climatólogos ingeniero Leónidas Minetti y doctor Germán Poblete.

Desde el Laboratorio Climatológico Sudamericano, el ingeniero Minetti comentó: "Nuestros estudios muestran al índice de sequía mensual de la República Argentina ocurrido entre Enero del 2003 y Febrero del 2015. En ella se puede apreciar que luego de la fatídica inundación de los Bajos Sub meridionales y ciudad de Santa Fe del año 2003 las condiciones secas se fueron instalando gradualmente hasta el año 2013", consignó Minetti.

"En este período, vastas zonas de Argentina verde y sojera fue perturbada y dañada por intensas sequías como las ocurridas en todo el país en el año 2008 y regionalmente en el 2011-13. Estas últimas perturbaron fuertemente a la producción agrícola y ganadera del Norte argentino llevando a muchas Empresas agropecuarias al quebranto", indicó.

"Algunos trabajos de nuestro Laboratorio ya publicados -EEUU-, muestran la conexión que existía entre este fenómeno y el Cambio Climático (CC) que genera un paulatino secado del desierto y zona semiárida subtropical. En el temprano 2014, un especial proceso de transporte de humedad generado por el cuasi monzón Sudamericano está generando un inusitado transporte de humedad al corazón del continente. Esto puede verse en el comportamiento de las anomalías de la temperatura mínima de San Miguel de Tucumán como zona mediterránea.

La temperatura mínima de San Miguel de Tucumán es un muy buen indicador de la presencia de aire húmedo marítimo transportado en el ciclo hidrológico externo océano-continente. Su presencia transportado en el proceso monzonal Sudamericano favorece la instalación de la estación lluviosa de verano y los años lluviosos en el continente. Puede advertirse que actualmente un ciclo excepcional de humedad se ha instalado en el continente y que viene siendo observado desde hace tres años y que esto no tiene que ver con el fenómeno dicotómico de El Niño/La Niña con se trata de explicar a la prensa. Como resultado de esto la tendencia del índice de sequía, tuerce hacia la condición lluviosa que estimamos es temporaria para retornar después a las condiciones largamente secas. Hoy nuestros modelos pronostican la persistencia de la presencia de humedad en el continente hasta bien entrado el Otoño (mayo-junio)".

"Por último, presenta a los índices mensuales de sequías en la Cordillera Central y Comahue, indicando que es la única región que la perturbación monzonal no ha afectado. Por cierto en ella se indica que el proceso de secado que impone el CC continúa en ascenso, y que apenas una pausa al final presagia el reinicio del secado. Este proceso está por cierto indicando la gravedad del impacto que esto tiene en la zona central de Cuyo, soporte de una intensiva actividad agrícola-energética basado en la nieve que cada vez menos cae en los últimos años. Este fenómeno además es muy semejante al observado actualmente sobre la región Sudoeste de USA (California) que está registrando una sequía con probabilidad escasa o milenaria (una cada 1.000 años)".

Por cierto que las situaciones cada vez más extremas como las registrada en Córdoba- San Luis y ahora el Noroeste argentino donde se batieron los récords históricos (dentro del período de medición-instrumental desde 1875) más lo identificado en la Cordillera Central, son sólo una pequeña muestra de los efectos del CC debidas al calentamiento global.

Más desérticos

Según el climatólogo Minetti, "los desiertos se expanden cada vez más en toda la banda subtropical de ambos Hemisferios del planeta. En consecuencia estamos viviendo las sequías más fuertes en mil años o sequía milenaria".

Esto lo venimos confirmando junto con otros expertos en clima e investigadores de la talla del doctor Germán Poblete de la Universidad Nacional de San Juan, quien indicó que si bien es muy pronto para confirmarlo, pareciera ser que estamos frente a un ciclo de sequía de 20 a 40 años, como los vividos en la década del 30 y 40 del siglo pasado. Es más, en Australia ya hablan de la sequía de la segunda guerra mundial. Tenemos señales de que esta gran sequía puede estar sucediendo, pero aún es pronto afirmarlo.

En este esquema de seca iniciado hace 8 años, no deja de sorprender un "golpe de agua", o altos índices de humedad, como el que se está viviendo actualmente. Para Poblete durante febrero y marzo vivimos muchos días de intenso calor y una elevada humedad que subieron la sensación térmica, que finalizó el viernes de la semana pasada, primero con una masa de aire subpolar que aminoró el calor y luego una masa de baja presión y humedad subpolar que generaron lluvias prolongadas y las actuales nevadas en cordillera.

Frases 

Estamos viviendo fenómenos climatológicos adversos que generan un clima antrópico o muy adverso a las actividades del hombre en el planeta.

Ing. Leónidas Minetti, Lab. Climatológico Sudamericano

Es muy temprano para confirmar si nevará o no entre abril y septiembre en la cordillera sanjuanina. Pero, parecería que podría nevar más en el otoño.

Dr. Germán Poblete, Investigador UNSJ


Fuente: DiarioDeCuyo.com.ar
Adrián Alonso
* El título original de la nota es ¿Vivimos una sequía milenaria en la Provincia de San Juan?

miércoles, 25 de marzo de 2015

El calentamiento global hace que nieve más en la Antártida.

El aumento de la humedad provoca mayores nevadas en el Polo Sur pero acelera el deshielo y la elevación del nivel del mar, según un estudio
El hielo de Groenlandia se desvanece

A mayor temperatura, más nieve en la Antártida. Esa es una de las paradojas del calentamiento global. Según un estudio, hay una segunda paradoja relacionada: la cantidad extra de hielo acelera el deshielo del casquete antártico, lo que eleva el nivel del mar. Así de complejo y delicado es el equilibrio que está alterando el cambio climático.
Con todo el hielo que acumula, la Antártida es el continente más seco del planeta. De una extensión casi 28 veces mayor que la de España, allí solo nieva en las zonas costeras. En las elevadas mesetas del interior, el frío es tal que congela hasta la humedad impidiendo las precipitaciones. Sin embargo, el calentamiento global estaría llevando la nieve cada vez más adentro del casquete polar. La alteración del tradicional equilibrio de una masa de hielo tan gigantesca podría afectar a todo el planeta.

Climatólogos europeos y estadounidenses han buceado en la historia climática de la Antártida escrita en el hielo. Aunque hay datos de temperatura y precipitaciones del último siglo, las variaciones interanuales hacen muy complicado hacer proyecciones sobre el futuro antártico solo con información del presente. Por eso, los científicos se fueron 20.000 años atrás, cuando empezaba el fin de la última gran glaciación. Tal y como explican en Nature Climate Change, durante los siguientes milenios, los hielos se fueron retirando de grandes zonas del planeta, hecho que, entre otras cosas, ayudó a la expansión de los humanos gracias a un clima global más benigno.

Los investigadores analizaron la información de seis bloques de hielo extraídos de otros tantos puntos de la Antártida. Tres proceden del interior de la gran meseta antártica, otros dos de zonas costeras y un sexto de la Antártida Occidental. Comprobaron que hay una relación entre el calentamiento producido tras la glaciación y el aumento de la acumulación de nieve. Sobre esa información, corrieron varios modelos climáticos para hacer previsiones que se pudieran aplicar a todo el casquete polar y su evolución futura.
"Por cada grado de calentamiento regional, la nieve caída aumenta en un 5%", dice la investigadora del Instituto para la Investigación del Impacto Climático de Postdam (Alemania) y principal autora del estudio, Katja Frieler. La lógica de este incremento de las nevadas es simple: la elevación de las temperaturas hace que se evapore más agua de los océanos que rodean la Antártida y el extra de humedad provoca más precipitaciones cuando la circulación atmosférica lleva ese aire cálido y húmedo hacia el interior del casquete.

Aunque las precipitaciones serán más copiosas y frecuentes en las zonas costeras, los modelos muestran que, en términos relativos, el aumento será mayor en el interior antártico. En la enorme meseta, la nieve caída no supera hoy la media anual de 50 milímetros al año. En principio, esta aparente paradoja de un calentamiento que genera más nevadas, ayudaría a contrarrestar uno de los fenómenos que más preocupan a los científicos: el aumento del nivel del mar por el deshielo.

En la otra punta del planeta, en el Ártico, todo parece más sencillo. El cambio climático está provocando un acelerado deshielo de las zonas árticas, Groenlandia incluida. Eso acabará por elevar el nivel del mar en todo el planeta. En principio, la mayor acumulación de nieve en la Antártida podría compensar al menos en parte este peligro, al retirar de los océanos el agua deshelada en el norte. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla. Aquí está la segunda paradoja: más hielo puede suponer mayor deshielo.

Aunque el objetivo del estudio era estudiar cuánta nieve podría ganar la masa antártica por el calentamiento, Frieler explica su particular dinámica. "El deshielo provocado por un aire más cálido es allí un problema menor. Hace mucho más frío que en Groenlandia e incluso en el escenario de un calentamiento debido a las emisiones de efecto invernadero, se calcula que la aportación del deshielo superficial a la pérdida global de hielo de la Antártida será pequeña al menos hasta final de siglo". Pero añade: "un mayor problema es el llamado deshielo basal por la acción del océano sobre la línea de tierra, la transición entre el hielo terrestre y el hielo flotante, que es el mayor vector de la dinámica de descarga de hielo antártico en el mar".
Es una simple cuestión de física. El hielo no es tan estático como aparenta. Como el agua, discurre desde las zonas elevadas a las más bajas por medio de los glaciares. Estos ríos helados llevarían el excedente provocado por las nevadas hasta la costa y allí, el mar, más cálido, hará el resto del trabajo.

"La acumulación de nieve sobre el hielo pesa y empuja, cuanto más alto esté el hielo, mayor presión", explica la investigadora del Instituto de Física de la Universidad de Postdam y coautora del estudio, Ricarda Winnkelman. "Como las nevadas adicionales elevan la capa de hielo de la zona terrestre del continente antártico pero menos en la capa helada flotante, el hielo fluye más rápidamente hacia el océano, contribuyendo a la subida del nivel del mar", añade.

De hecho, en otra investigación realizada por investigadores del Imperial College de Londres y publicada también esta semana, se mostraba como el glaciar Totten, uno de los mayores de la Antártida, está acelerando su velocidad por el deshielo en la cabecera.

Los investigadores estiman que, por sí solo, el Totten podría elevar el nivel del mar hasta 3,5 metros. "La elevación podría tardar varios siglos en completarse pero el proceso ya ha comenzado y probablemente sea irreversible", sostenía en una nota el director del Instituto Grantham del Imperial College y coautor del trabajo, Martin Siegert. El caso del Totten es similar al de otros glaciares, como se ha comprobado ya en Groenlandia. El agua del mar los va socavando por abajo, acelerando la descarga del hielo.

Así que la doble paradoja no es tal para la ciencia. El calentamiento puede provocar mayores nevadas y estas impulsar la llegada del hielo hasta el mar donde el deshielo se aceleraría. Según estimaciones de los investigadores del instituto de Postdam, hagan lo que hagan los humanos para frenar el cambio climático, el nivel del mar se elevará hasta 23 centímetros en este siglo y eso en el escenario más optimista. En la Antártida hay hielo como para que los océanos se eleven varias decenas de metros, como ya ocurrió en el Plioceno, hace unos tres millones de años. Con esa altura, se inundarían todas las zonas costeras del planeta.

Fuente: ElPais.com

Los corales narran la historia del cambio climático.

Científicos británicos elaboran una historia del océano Atlántico con el estudio de los corales marinos para rastrear la huella de los cambios climáticos sobre la Tierra
El calor ‘desaparecido’ del cambio climático se esconde a 300 metros bajo el Atlántico

El futuro de la investigación sobre el cambio climático podría estar entre Tenerife y Puerto España, en Trinidad y Tobago, las dos orillas del Atlántico. Un proyecto científico financiado por la Unión Europa investiga desde hace cuatro años los corales y los sedimentos de los fondos marinos oceánicos a lo largo de los miles de kilómetros que separan una y otra ciudad. En ellos podría estar la huella de cambios climáticos pasados y la clave de los futuros. “Datando los corales, observamos que su surgimiento va y viene a lo largo del tiempo y nuestra hipótesis es que esto está relacionado con períodos de cambio climático”, indica la responsable de la investigación, Laura Robinson, de la Universidad de Bristol.

En el pasado ha habido períodos en los que el clima global ha cambiado rápida y bruscamente, y no solo por la actividad del Sol o la fusión del hielo, sino también por la toma o liberación de CO2 por parte de los océanos. “Así pues”, explica Robinson, “reconstruyendo los registros climáticos del pasado estableceremos cuándo y por qué se produjeron esos cambios climáticos y con qué consecuencias, lo que nos dará información para establecer modelos con los que hacer proyecciones del cambio climático en el futuro”.

En los océanos hay actualmente más CO2 que en la atmósfera, unas 60 veces más. Los océanos son un sumidero esencial del llamado carbono antropogénico, es decir, el CO2 generado por la actividad humana. Uno de los riesgos que los científicos están analizando de cara al futuro es la posibilidad de que el océano invierta su papel y pase de atrapar CO2 a liberarlo, lo que podría causar una catástrofe ambiental a nivel mundial.
“Por ese motivo, comprender cómo funcionan los océanos es esencial porque pequeños cambios en ellos pueden tener un efecto muy profundo en la atmósfera”, explica Robinson.

Uno de los puntos centrales de investigaciones como esta reside, precisamente, en la toma del carbón antropogénico por parte de los océanos, un proceso que está haciendo decrecer el PH de los mismos, es decir, los está volviendo más ácidos, lo que es devastador para la biodiversidad de sus ecosistemas. “Tenemos que tratar de evaluar cuánto CO2 exactamente están tomando, si el ratio está cambiando o, de lo contrario, si cambiará y si podremos prever cuándo será ese cambio”, puntualiza Robinson.

Uno de esos períodos en los que se produjo un cambio climático brusco y rápido fue en la transición entre la última glaciación, hace unos 20.000 años, al más cálido período del Holoceno, que comenzó hace 10.000 años.
“Durante ese tiempo”, detalla Robinson, “el clima no cambió hacia un calentamiento estable y suave. Los registros climáticos muestran que, al contrario, los cambios sucedieron en saltos bruscos en una escala de décadas y no estaban sincronizados entre el hemisferio norte y sur”.
Datando los corales, datando el clima

Para reconstruir el pasado climático de la Tierra, el equipo liderado por Robinson analiza miles de muestras de corales y de sedimentos marinos recogidos del fondo del océano Atlántico durante la expedición científica de 48 días realizada entre octubre y noviembre de 2013 a bordo del buque James Cook, un nombre que no es fortuito: en junio de 1770, el explorador británico de dicho nombre se convirtió en el primer europeo en navegar sobre la Gran Barrera de Coral de Australia, el mayor arrecife de corales del mundo. Más de dos siglos después, otros corales, los del Atlántico, pueden ofrecer la clave para comprender el futuro del cambio climático.
“Uno de nuestros mayores logros hasta ahora ha sido establecer la edad de dichos fósiles corales”, comenta Robinson. Una vez datados, el equipo de Robinson se centra ahora en investigar por qué esos cambios han podido ocurrir, para lo que están comparando la edad y la profundidad de las muestras recogidas con la ubicación de poblaciones modernas de corales.
El equipo ha hallado patrones distintos de crecimiento y muerte de corales diferentes a uno y otro lado del Atlántico. Este proyecto ha recabado también 50 terabytes de grabaciones en alta definición que el grupo va a analizar para “establecer también controles medioambientales de ecosistemas modernos de aguas profundas”, comenta Robinson. 

Fuente: ElPais.com