sábado, 13 de junio de 2015

Un planeta de extremos climáticos.

El año 2014 fue el más cálido de la Historia. Y 14 de los 15 años más calurosos se han registrado en el siglo XIX. El aumento de temperaturas globales, la reducción de las masas de hielo y nieve y el aumento del nivel del mar han llevado a los científicos hacia el consenso inequívoco de que el mundo se está calentando a consecuencia de la actividad humana. Pero la pregunta del millón aún no ha podido ser contestada: ¿La ola de calor de 2003 en Europa, las inundaciones de Bangladesh el año pasado o la sequía que asola California desde hace meses son consecuencia directa del calentamiento causado por el ser humano?

La ciencia del clima sólo es capaz de hablar de tendencias de aumento de temperatura y de probabilidades de que ocurran más eventos extremos, pero hasta ahora no podía explicar el grado de responsabilidad del cambio climático en un acontecimiento concreto. Una nueva investigación dirigida por el prestigioso investigador de del Instituto de Ciencias del Clima y la Atmósfera de Suiza, Reto Knutti, ha roto con esos viejos miedos y ha desarrollado un modelo capaz de evaluar hasta qué punto está aumentando el cambio climático la ocurrencia de las olas de calor y de las lluvias torrenciales. Y los resultados son sorprendentes. El 75% de los eventos de temperaturas extremas y el 18% de los grandes aguaceros son atribuibles al cambio climático, según las conclusiones del trabajo, publicado hoy en la revista 'Nature Climate Change'.

Los expertos en ciencias del clima llevan años tratando de diseñar modelos que permitan averiguar el grado de implicación del calentamiento global en eventos meteorológicos extremos, como olas de calor, sequías o tormentas. Lo que han hecho los autores del estudio es aplicar a escala global los modelos diseñados para acontecimientos concretos, como la ola de calor europea de 2003, que mató a decenas de miles de personas en el continente.

Las conclusiones y la estadística del trabajo son robustas, según los expertos, pero se sigue sin poder decir 'esta inundación se debe al cambio climático'. A lo máximo que podrán llegar los investigadores es a asegurar que el 18% de esas lluvias son consecuencia directa del calentamiento.
«Lo que han estudiado los autores es lo que conocemos como atribución, es decir, asignar una relación de causa-efecto, y eso es algo muy difícil», explica José Manuel Moreno, catedrático de la Universidad de Castilla La Mancha y vicepresidente del Grupo II del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés). «El símil del fumador es perfecto. No podemos decirle a nadie que haya muerto por fumar, pero sí podemos explicarle cuánto ha crecido la probabilidad de morir anticipadamente debido al tabaco», explica Moreno.

Lo que sí han elaborado los autores es un mapa del mundo con las probabilidades de ocurrencia de temperaturas y lluvias extremas en distintos puntos del planeta. «El aumento de la probabilidad de que ocurran eventos extremos en España y en el resto del sur de Europa es sustancialmente mayor que en Europa central o del norte», explica Erich Fischer, investigador del Instituto de Ciencias del Clima y Atmosféricas de Suiza y autor principal del trabajo.

En este escenario de aumento global de extremos climáticos, España no está precisamente bien situada. «Aunque nuestros resultados no se fijan en las diferencias regionales, el cambio a largo plazo es consistente con las tesis aceptadas hasta ahora de que España y el sur de Europa son 'hotspots' (zona de riesgo) que sufrirán en mayor medida los eventos extremos de altas temperaturas», dice Fischer. «Con respecto a las lluvias extremas, los cambios en el sur de Europa no están claros», reconoce.
No obstante, a escala global sí se ha evaluado lo que ocurrirá en el futuro en diferentes escenarios de aumento de temperatura. Lo más llamativo quizá es el impacto que tendrá el cambio climático sobre las lluvias torrenciales si se cumplen los objetivos marcados por los científicos y que se prevé que sean reconocidos por la comunidad internacional en la Cumbre del Clima de París en diciembre de 2015. En un mundo 2ºC más cálido, el 40% de las grandes tormentas se deberán al cambio climático.

«La idea de que en un mundo dos grados más caliente cerca de la mitad de las lluvias extremas no hubieran ocurrido si no fuera por el cambio climático causado por el ser humano debería dar que pensar a los políticos que tratan de mitigar y de adaptarse al cambio climático», plantea en un artículo que acompaña a la investigación Peter Stott, investigador del Met Office, el servicio meteorológico británico.

Fuente: ElMundo.es

En busca de predecir los terremotos.

La Tierra se retuerce a 15 kilómetros bajo la superficie de Nepal. Un cabalgamiento de placas geológicas -la piel de roca de nuestro planeta, para entendernos- donde una se desliza bajo la otra tras el choque de continentes que formó hace 55 millones de años la cordillera del Himalaya continúa sacudiendo la zona de cuando en cuando. Y normalmente los temblores no vienen solos, sino seguidos de un buen número de réplicas que en ocasiones empeoran las consecuencias de la catástrofe humana.
Los geólogos llevan siglos estudiando los mecanismos que causan los terremotos. El problema para los expertos ha sido siempre poder llegar a predecir con suficiente antelación cuándo se va a producir un gran temblor como los últimos que han azotado Nepal causando más de 8.000 muertes. Desde hace años, diversos proyectos internacionales investigan con diferentes metodologías cómo lograrlo.

Quizá el modo más prometedor es mediante la perforación del subsuelo en zonas sísmicas. El objetivo es alcanzar la falla que provoca los temblores en cada lugar para instalar sensores que puedan medir la deformación de la roca, los fluidos, la temperatura... Y poder así llegar a hacer previsiones del riesgo sísmico.

"Estamos aún lejos de llegar a predecir un terremoto en la escala temporal humana, pero en tiempos geológicos sí sabemos dónde y cuándo se van a producir grandes terremotos", asegura María José Jurado, experta en terremotos del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (CSIC). "Pero se podría hacer una analogía con la Meteorología, donde es muy sencillo hacer previsiones porque tenemos muchísimos observatorios vía satélite y de muchos otros tipos para saber qué tiempo hará dentro de unos días. Si nosotros tuviéramos una red de observatorios de terremotos en el subsuelo nos permitiría saber dónde y cuándo se puede producir un terremoto", dice Jurado.

Esta investigadora española ha sido líder de algunos proyectos internacionales destinados precisamente a perforar el subsuelo oceánico en la falla que produjo el terremoto de Japón del año 2011 para instalar sensores que ayuden en la predicción de seísmos en el futuro. «El objetivo del proyecto es penetrar los fondos oceánicos de las zonas en las que se producen los epicentros de los terremotos para monitorizarlos y poder estudiar su origen», asegura Jurado. «Estas investigaciones nos servirán para desarrollar un sistema de predicción de terremotos con un plazo suficiente como para poder actuar y evitar grandes daños», explica. A escala global, podríamos imaginarla como una gran Red de Observatorios de los fenómenos sísmicos. Por desgracia, en Japón aún no se han podido alcanzar los 5.000 metros de profundidad del hipocentro de aquel devastador seísmo. En la actualidad, el Chikyu, el buque de perforación científica japonés, está entre los 2.000 y los 3.000 metros.

Desgraciadamente, España se ha quedado fuera de los dos grandes consorcios internacionales, el Programa Internacional para el Descubrimiento del Océano (IODP, por sus siglas en inglés) y el Programa Internacional de Perforación Científica Continental (ICDP, en inglés), por no pagar desde 2011 las cuotas a las que se comprometió como país.

Precisamente, estos programas en los que España ya no participará ya han avanzado en este tipo de técnicas de perforación para predecir seísmos en lugares señalados como la falla de San Andrés (California), la de Nankai (Japón), entre otros. De hecho, uno de los proyectos que se están evaluando en el organismo internacional es para perforar en el Tibet, lo que podría haber ayudado ante una catástrofe natural como la que está asolando Nepal.

Fuente: ElMundo.es

El origen de las lenguas europeas.

Montículos funerarios de la Edad de Bronce Dinamarca
La Edad del Bronce fue un momento de grandes migraciones humanas. Y con ellas también de una enorme circulación cultural que implicó importantes cambios tanto en Asia como en Europa Central. Aquellos cambios dieron forma hace entre 3.000 y 5.000 años a la estructura demográfica actual del Viejo Continente, según dos investigaciones publicadas en la revista Nature que suponen el mayor estudio genético sobre poblaciones antiguas europeas realizado hasta la fecha.

El primero de los dos trabajos, dirigido por el investigador del Harvard Medical School de Boston David Reich y por el de la Universidad de Adelaida (Australia) Wolfgang Haak, ya fue publicado en la edición online de la revista hace algunos meses y analizó el ADN de 69 individuos con una antigüedad de entre 8.000 y 3.000 años. Pero Nature ha querido esperar a la publicación de un segundo estudio liderado por el investigador del Centro de GeoGenética de la Universidad de Copenhague Eske Willerslev. En este caso, los científicos han analizado la información genética de 101 individuos, 19 de ellos completos, lo que duplica el número de genomas de esta época disponibles para la ciencia.

A priori puede parecer que nada tiene que ver el ADN con el lenguaje o la dispersión cultural. Y, en efecto, así es. Pero en este caso la genética ha acudido al rescate de las ciencias arqueológicas y lingüísticas, para cerrar un viejo debate en torno al momento en el que las lenguas indoeuropeas entraron en Europa Central.
Desde hace tiempo existen dos hipótesis enfrentadas sobre cuándo se produjo la entrada en Europa de una familia de lenguas que incluye las itálicas, las germánicas o las eslavas, entre otras. Una de estas teorías proponía la entrada desde Anatolia -una península perteneciente a la actual Turquía- durante el Neolítico, hace más de 8.000 años, con los primeros agricultores. En cambio, los nuevos datos genéticos revelados por ambos trabajos se decantan por una entrada muy posterior de aquel lenguaje que sirvió de germen para dar lugar a la mayor parte de las lenguas que se hablan en la actualidad en Europa. Esta segunda hipótesis propone una entrada durante la Edad de Bronce desde las estepas de Asia Central, actuales Rusia, Ucrania o Kazajistán, empujados por la innovación que supuso la rueda y los carros tirados por caballos.

Los datos aportados por ambos trabajos demuestran por primera vez que hubo un cambio genético muy fuerte en Europa Central en aquella época, lo que podría explicar también un gran cambio cultural. «La magnitud del movimiento migratorio habría llevado consigo también un cambio idiomático», explica John Novembre, del Departamento de Genética humana de la Universidad de Chicago en un artículo que acompaña a ambos trabajos.
Además, los investigadores hallaron una gran similitud entre los genomas europeos analizados y las poblaciones llamadas Yamna, que habitaban las estepas. La información genética concuerda con las sospechas de los lingüistas que creían más probable una entrada posterior ya que la mayoría de las lenguas antiguas ya contenían referencias a la rueda, el eje del carromato, las riendas y otros vocablos relacionados con el tiro de caballos. Sería difícil explicar la presencia de estas palabras en todas las lenguas si su expansión se hubiese producido antes de la industria de la rueda.

Además, los datos genéticos indican que estas poblaciones también se expandieron hacia el Este. Lo que encaja con un posible origen de las lenguas tocarias que llegaron hasta China.

Sin embargo, ninguno de los trabajos explica algunos aspectos de la expansión de las lenguas europeas. «Sabemos que la rama más antigua de las lenguas indoeuropeas es el Hitita, hablada en el norte de Anatolia, lo que encajaba a la perfección con la otra teoría. Lo que no explican los trabajos es cómo las ramas más antiguas están en el sur de Europa», dice Carles Lalueza-Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona. Y probablemente no pueden hacerlo por la falta de datos debido a las complicadas condiciones de conservación de muestras en los climas de las penínsulas Ibérica e Itálica, de Grecia o de Turquía, algo en lo que ya está trabajando el equipo del investigador español.

Pero el enorme trabajo de genética necesario para extraer la información de muestras antiguas no siempre bien conservadas ha arrojado otros datos interesantes al margen del lenguaje. Por ejemplo, que la pigmentación clara de los Europeos ya estaba presente en la Edad de Bronce. Aunque no así la tolerancia a la lactosa, que, según los investigadores, se debe a una selección positiva sobre el consumo de leche en adultos más reciente de lo que se creía.

Fuente: ElMundo.es